¡SE ABRIÓ EL CASO!

1. LOS ANTECEDENTES.

Quienes han seguido mi bitácora conocen todos los precedentes. El martes 6 el licenciado Osmel Fleites Cárdenas, fiscal de la Fiscalía Provincial de Villa Clara, en persona, sin el auxilio de ningún alguacil, se tomó el trabajo de entregar una citación oficial para mí, convocada para el jueves 8 en la Fiscalía Municipal de Camajuaní. Que el fiscal haya viajado hasta Taguayabón para entregar directamente en mi casa esta citación denota sin lugar a dudas una urgencia. Lo refuerza el hecho de que al siguiente día otro fiscal, el licenciado Magdiel Romero López, dejase también otra citación a nombre de la Fiscalía de Camajuaní.

Como intuí en el post DE OCHO EN OCHO, el asunto tenía su génesis en la entrega que el pastor Ricardo Santiago Medina y yo realizamos el pasado 8 de junio en la Fiscalía General de la República a propósito de la controversial muerte de Juan Wilfredo Soto García el 8 de mayo. Nuestra carta fue respaldada el 8 de julio con la entrega de firmas de otros ciudadanos. El 8 de agosto recibí la respuesta de La Habana dándome a conocer que sería la Fiscalía Provincial de Villa Clara quien se entendería conmigo en lo adelante. Reconozco mi prejuicio al respecto de esta respuesta que concebí como meramente burocrática, cómo si no con estas más de cinco décadas de decepciones con una justicia evidentemente parcializada.

Dos fiscales en función de mí entre los días 6 y 7 insistiendo en la citación para este 8 de septiembre no dejó de sorprenderme.

2. LO QUE SUCEDIÓ.

Ante tanta insistencia y teniendo en cuenta que el originalmente interesado soy yo mismo dada mi solicitud a la Fiscalía General, allí estuve a la hora señalada. El Fiscal Magdiel Romero López me explicó muy atentamente que él era quien había llevado la citación del día anterior, y que no habiendo encontrado a nadie, y luego de preguntar a vecinos, la introdujo por debajo de la puerta. Añadió que la citación que él llevó había sido a petición de la Fiscalía Provincial y que yo debía esperar ya que seguramente estarían al llegar.
Esperé, y en efecto, a las 10.00 am llegó el fiscal Osmel Fleites Cárdenas quien me atendería. A las 10.15 ya estábamos sentados uno frente al otro y así estuvimos hasta las 11.45. Pude confirmar la impresión que tuvo mi esposa el día 6 cuando este profesional visitó mi casa y fue atendido por ella, se trata de una persona muy amable, y si esta cualidad fue la que determinó su elección, tengo que reconocer que fue efectivo en ello; aún cuando él no sea el fiscal seleccionado para dirigir el caso que, según pude interpretar de sus palabras, será una mujer, cuyo nombre no especificó, ya esto insinúa que hay un equipo de fiscales trabajando en el asunto.

El fiscal traía preelaboradas un conjunto de interrogantes, algunas de las cuales no tuvo que emitir ya que yo le fui contestando en mi narración, sin duda ya conocida por ellos. Entre las preguntas que me hizo estaban ¿qué me motivó a acudir a la Fiscalía General?, ¿cuál era mi relación con Juan Wilfredo? ¿Si tenía o tengo algún tipo de relación con sus familiares?

En cuanto a las motivaciones para acudir a la Fiscalía General le argüí especialmente dos:

En primer lugar mi sensibilidad como ser humano, cualquier otro lo hubiese hecho en mi lugar simplemente con tener intacto este sentido de responsabilidad, añadido en mi caso el hecho de ser cristiano y el reforzado de ser pastor. Como he reiterado en estos cuatro meses, procuraré no ser el sacerdote ni el levita que siguieron de largo ante el hombre que dejaron tirado junto al camino; tengo el reto de ser como el samaritano, y ojalá lo consiga. Un hombre intensamente adolorido, a quien yo había visto en buen estado físico, mental y espiritual, apenas un día antes, a pesar de sus cuatro enfermedades crónicas (por ninguna de las cuales se reportó su “muerte natural”), me confesaba quebrantado la causa aquel fatídico día cinco, justo cuando se dirigía al hospital buscando un auxilio que en definitiva no le dieron en aquel momento porque simplemente se limitaron a ofrecer un calmante para que prosiguiera su inevitable peregrinaje hacia la muerte. Aunque muchos, duele decirlo, me han criticado sugiriendo que yo debía hacerme de la vista gorda ante un hecho así, preferí obedecer lo que concebí como la voz de Dios para tomar este camino más tortuoso de exigir la justicia. La confesión de Juan Wilfredo puso a prueba todos mis principios y conceptos, cómo podría colocarme cada domingo tras un pulpito a predicar un sermón cuando Dios y yo sabríamos que me había comportado como un imperturbable sacerdote o levita más.

En segundo lugar me motivó acudir a la Fiscalía General de la República el hecho de sentirme emplazado por el gobierno cubano que en una sarta de editoriales y pronunciamientos oficiales vitoreados por el monopolio informativo de sus medios, aún sin nombrarme, cuestionó mi persona dando por sentado, sin antes abrir un proceso investigativo, afirmando a priori, que sostener que la muerte de Juan Wilfredo por causa violenta era una mentira, una burda provocación, un plan orquestado por la CIA y la Unión Europea.

Respecto a mi relación con Juan Wilfredo respondí al fiscal que se remontaba a un año antes de su muerte, que le había conocido en mis visitas al hospital cuando Guillermo Fariñas realizaba su colosal y fructífera huelga de hambre. Que Juan Wilfredo había demostrado entonces ser un amigo inseparable del huelguista. Que concluida la huelga de Fariñas y dada la necesidad de mi traslado cada semana a Santa Clara como profesor del Seminario Bautista continúe encontrándome con Soto García a mi paso por el parque donde siempre se encontraba presente y lo que propició mi constante actualización respecto a él. Que le ayudé a conseguir medicamentos con otros pastores con quienes sostengo relación alrededor del mundo a quienes había enviado fotos del amigo enfermo e incluso copias de su resumen de historia clínica.

Acerca de su familia sinceramente le contesté que mi relación era exclusivamente con Juan Wilfredo. Que a sus dos hijos y a su sobrina los conocí en la Funeraria cuando fuimos presentados, ellos permitieron mis palabras públicas en tal ocasión y luego, sin censurar ninguna de ellas -donde dejé clara mi seguridad de que se había ejercido violencia física contra él- me saludaron notablemente agradecidos por mi intervención y con sentido afecto. Fue sin dudas la familia quien permitió que fuese Guillermo Fariñas el que despidiese también el duelo en el cementerio, en Cuba la importante elección del orador póstumo pertenece exclusivamente a la decisión familiar, y existen abundantes testimonios gráficos de aquel momento, donde puede apreciarse la participación aprobatoria de familiares heridos que entonces no expresaron dudas al respecto. Luego del entierro de Juan Wilfredo no he visitado a su triste familia, como era mi deseo, por causa de las enormes presiones que han sido ejercidas sobre ellos y dada la versión oficial televisiva de que quienes nos acercáramos a ellos con la versión de violencia sobre el difunto éramos unos manipuladores a sueldo de la CIA. En tales circunstancias, y con visitas y manipulaciones sí de la Seguridad del Estado sobre ellos, preferí no ser yo quien añadiese dolor sobre dolor para por quienes he seguido orando constantemente.

Entre estas respuestas al fiscal hilvané el hilo de mi testimonio ampliamente reportado al mundo, y que ahora por fin tras cuatro largos meses, realizaba por vez primera a un órgano de justicia cubano. Y esto, vale no olvidarlo, ocurría no por iniciativa del Estado sino por los que reclamamos a la Fiscalía General. Tengo conocimiento que además del pastor Ricardo Santiago y yo muchos otros ciudadanos han presentado reclamaciones respecto a Juan Wilfredo Soto, tanto a la Fiscalía General como a la propia Fiscalía Provincial de Villa Clara. Aunque hasta donde sé otros no han recibido respuesta todavía, yo hago como suyas la mía ya que sin dudas todos hemos empujado esta ruda puerta de la Justicia.

Tras tomar nota en borrador de mis palabras el fiscal redactó el acta que leyó para mí, y tras realizar leves acotaciones que le señalé, firmó conmigo cada folio. Incluyó en ella el hecho perfectamente constatable de la redacción de mi tweet del 5 de mayo a las 11.55 am donde aparece la primera referencia a la violencia ejercida sobre Wilfredo Soto, escrita antes de su muerte, y en la que he realizado énfasis en todos mis testimonios porque lo considero una prueba de que algo muy serio me urgió a publicar una nota así, y este algo no fue otro evento que el inolvidable encuentro con él.

En el acta quedó incluida la existencia de otros testigos referenciales como yo dispuestos a declarar. Dejé claro que tal treintena de testigos no éramos los únicos, que existían otros muchos, probablemente con categoría inclusive de oculares, pero que por temor no se encontraban dispuestos a declarar, al menos hasta el momento, como es el caso del joven del bicitaxi en que se trasladaba Juan Wilfredo aquella mañana, miembro por cierto de la iglesia de Los Pinos Nuevos en Santa Clara. Entre los testigos dispuestos a declarar se encuentra mi padrastro Santiago Martínez Mederos que es el familiar a quien acompañaba aquel día en el hospital oncológico de Santa Clara y cuya salud en estos cuatro meses que han sucedido a nuestro encuentro con Juan Wilfredo se ha deteriorado notablemente, ya prácticamente en estado terminal.

El fiscal me declaró que existían elementos suficientes para abrir un proceso, sin dudas esto que él me expresaba no constituía una expresión espontánea resultado de escuchar mi testimonio, sino una decisión que ya estaba determinada. Lo confirmé cuando al preguntarle si debía esperar por una nueva citación para aportar la lista de los demás testigos referenciales dispuestos a declarar me dijo que no, que cuando yo lo estimase y a partir de ese instante, podría dirigirme hasta la Fiscalía Provincial para entregarla sencillamente identificándome y haciendo alusión al proceso, que podría localizarlo a él aunque sería una fiscal quien dirigiría este caso.

3. LO QUE SUCEDERÁ.

El futuro desarrollo de este caso, al menos yo, no lo puedo predecir. Tal vez su resultado ya ha sido lentamente tramado durante estos más que suficientes cuatro meses, aún cuando debo advertir que algún dato imprevisto podría irse de la mano y sorprender a los propios creadores de ardides. Espero que no vuelvan a aparecerse con testimonios tan poco convincentes como los del doctor Ricardo R. Jorge, vecino de Ave. Sandino #18, por quien también oro con amor pero que francamente está «quemado» como agente de la Seguridad del Estado ante cuya potestad ha puesto de rodillas su juramento médico, especialmente así consideran serios profesionales de la salud, colegas suyos, con muchos de los cuales he disertado al respecto.

Independientemente de todo el prejuicio que tan justificadamente pueda existir contra este proceso, comenzando por mí mismo, lo reconozco; y de que nadie pueda asegurar cuándo ni cómo termine, ya hay un logro incuestionable de todos los que no hemos permitido condenar al silencio la muerte violenta de nuestro entrañable ESTUDIANTE, y es que el proceso está abierto. Debo advertir que si como parte del mismo en algún momento se me ofrece la justa oportunidad de demandar al gobierno cubano por difamador y encubridor, lo cual arroja añadidas sospechas de que haya sido en este caso el ejecutor principal -dada la chapucera urgencia con que obstinadamente se defendió aquella oscura semana que siguió a la muerte de Juan Wilfredo, ignorando entonces la posibilidad de un limpio proceso judicial- lo haré como conviene a una justicia de veras imparcial.

Voy a conceder por una vez al amable fiscal el beneficio de la duda, ignoraré todo lo que ha sucedido en estos más de cincuenta años de historia anterior donde los órganos de justicia han estado fehacientemente parcializados en favor de un Estado que se las da de impoluto e incuestionable. Comprobaré si, como afablemente me dijo el fiscal, la justicia cubana está de parte del pueblo sin miramientos de quien sea el ciudadano; o si permanece como lacaya de un régimen que por más que pretenda disfrazarse, no es el pueblo ni la nación cubana, de quienes agradecido a Dios, yo sí me siento carne y espíritu. Definitivamente en algún momento debiera comenzar este viraje hacia una verdadera justicia con los ojos vendados y por qué no soñar que esta podría ser una de las señales primigenias.

Sueño con una patria como la que evocó mi consiervo Martin Luther King en la que pudiera cumplirse su tan estimado Salmo 85.10: «La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron».

Pbro. Mario Félix Lleonart Barroso