La solidaridad polaca

La solidaridad entre las dictaduras

La solidaridad entre las dictaduras

Hace veinticuatro años que Polonia se despojó del comunismo salvaje e intenta edificar mancomunadamente una sociedad en democracia. Que organizaciones polacas tan prestigiosas como la Fundación Lech Walesa inviten a conocer su país y sus experiencias a cubanos como yo, constituye un gesto que dice mucho de ellos. No les basta con su libertad, la desean también para otras naciones que, como Cuba, sufren cualquiera de las variantes de regímenes opresivos.

Desde mi primer día activo en Varsovia, el lunes 3 de junio, comprobé que esta solidaridad no es exclusiva para Cuba. En la tarde de ese día Maciek Kuziemski nos compartió a petición del Instituto Lech Walesa la disertación: ¨Birmania: Medios de comunicación y lucha no violenta¨, que no solo informó en detalle sobre la historia de la dictadura militar en ese país y su situación actual, sino que también dejó muy claras la preocupación y solidaridad polacas por los destinos del país asiático. Un programa similar tuvo lugar en la tarde del viernes 7 de junio, pero teniendo como punto de mira al pueblo iraní, esta vez la conferencia fue: ¨Irán: la sociedad civil y el régimen¨, impartida por un activista del Instituto cuya pasión por la libertad en Irán era más que evidente. Fue edificante constatar también el apoyo solidario que brindan a su vecina, la oposición bielorrusa, que intenta librar a su país del tirano Lukashenko; esto me fue particularmente evidente en la visita realizada el 6 de junio a los estudios de TV Belsat donde bielorrusos exilados tienen la posibilidad de preparar una programación altamente demandada en su país que desenmascara el control de la administración impuesta y propaga la filosofía de la noviolencia que más pronto que tarde está llamada a conseguir lo mismo que logró Otpor en Servia.

Conocer y experimentar en mí mismo la solidaridad polaca enfocada en las sociedades civiles de países sin democracia como el mío, Birmania, Irán o Bielorrusia; y conocer muy bien las redes existentes entre todos estos regímenes autoritarios no me preparó lo suficiente para recibir noticias indignantes, apenas unos días después de mi regreso a Cuba. Nicolás Maduro encontrándose y estableciendo acuerdos con su par Alexander Lukashenko en Bielorrusia el 2 de julio, y apenas el día anterior, Raúl Castro recibiendo desvergonzadamente, y a invitación de sus Fuerzas Armadas Revolucionarias, al General de Ejército Kim Kyok Sik, jefe del terrorista Estado Mayor General de Corea del Norte. En medio de estas inconcebibles y tan repudiables complicidades me genera esperanza por contraste mi experiencia en Polonia, donde evidentemente el concepto cristiano del movimiento Solidaridad: -no solo me interesa mi vida, sino también la de los otros- trasciende los marcos individuales para convertirse en asunto prioritario de la política exterior de esa nación que tan hondo conoció la intolerancia y que por tanto puede comprender tan bien a quienes todavía la sufrimos. Ojalá que Polonia nunca olvide su duro pasado y no anteponga jamás a su preocupación por la libertad y los derechos humanos en el mundo, intereses económicos o de cualquier otro tipo, que como en relación a China ya comienza a preocuparnos.

Los Nobel en Varsovia

Durante mis dos semanas del mes de junio en Polonia fue imposible no enterarme de lo que se fragua en Varsovia para noviembre de este año; especialmente por hallarme invitado por el Instituto Lech Walesa, la fundación inspirada en el Premio Nobel de la Paz de 1983. La misma ciudad que me acogió en junio reunirá a varios de los agraciados con tan honorable distinción como parte del World Summit of Nobel Peace Laureates. Si uno solo de ellos ejerce influencia tan positiva por doquiera que se mueva dado el símbolo que entraña -pregúntenmelo a mí que tuve a mi lado sonriendo a Lech Walesa- espero que esta sumatoria de estrellas irradie mucha luz sobre un mundo que tanto les necesita. Y que todos hagan honor a su premio.

En encuentro con Lech Walesa en la fundación que lleva su nombre, en Varsovia

En encuentro con Lech Walesa en la fundación que lleva su nombre, en Varsovia

Bolka i Lolka

Bolka i LolkaTuve que llegar casi a los cuarenta para volverme a reencontrar con aquellos dos amigos de mi infancia que tanto me hicieron reír. Cotidianos en los muñes, día a día durante mis primeros doce años de vida, a fines de los ´80 desaparecieron de repente de nuestras pequeñas pantallas sin que se nos diera explicación. No podían decirnos la verdad.
No nos dijeron que era porque en Polonia se habían despojado para siempre de la peste del comunismo autoritario y que por eso había que romper hasta con Bolet y Lolet. Que esta gran nación nunca aceptó de veras un sistema impuesto por los soviéticos. Que el 85% de las tierras polacas nunca dejaron de ser privadas porque los campesinos no admitieron el sistema de los koljoses rusos. Que la iglesia, a pesar de todo el esfuerzo del ateísmo feroz, mantuvo inquebrantable su influencia, al punto de que aportó en esos duros tiempos un Papa polaco.

Siempre se callaron que Stalin cometió el pecado de lesa humanidad de aprovecharse de la destrucción que el nazismo, con su anuencia, provocó a este pueblo, y así satisfacer su insaciable sed imperialista. Nos ocultaron el nefasto crimen de Katín. Silenciaron la vergüenza de agosto de 1944 cuando las tropas soviéticas ya estaban del otro lado del río Vístula donde recibieron órdenes de esperar mientras Hitler asesinaba a doscientos mil polacos que se atrevieron a realizar del otro lado el levantamiento de Varsovia; sin dudas los polacos esperaban la intervención de aquellas tropas que no cruzaron pues Stalin prefería la masacre. Siempre nos contaron la historia desde el punto de vista de los manuales de Moscú haciéndonos creer que los soviets fueron los salvadores de los polacos y que por tanto estos les debían honor y pleitesía. Nos engañaron al ocultarnos que realmente en el esfuerzo bélico de los aliados Polonia tuvo el cuarto lugar, antes que Francia, después de Inglaterra, Estados Unidos y Rusia, pero que no pudo participar en el desfile de los vencedores, porque la convirtieron en satélite de la URSS.

No nos dijeron que tanto en 1956 como en 1970 el ejército abrió fuego contra los obreros sublevados. Nunca nos explicaron la contradicción histórica de por qué eran precisamente los trabajadores quienes más deseaban librarse del gobierno «proletario». No dijeron la verdad acerca de las protestas del ´68 en las universidades, como tampoco ahora la dicen sobre las que ocurren en los recintos Caracas. Tampoco admitieron en ese mismo año la campaña antijudía propulsada por sus amigos del Partido Obrero Unificado Polaco. Del Movimiento Solidaridad y de Lech Walesa nos decían lo mismo que ahora dicen al pueblo acerca de los opositores políticos y activistas de la sociedad civil cubana, que eran mercenarios e impostores. Mintieron acerca del innegable auge de Solidaridad y en la prensa oficial se llegó a afirmar que ese movimiento de alborotadores estaba totalmente sofocado. Cuando tan burdamente fue asesinado el sacerdote Jercy Popieluzco por órdenes de la seguridad del Estado polaca en el ´84, no dijeron una palabra y a duras penas tuvimos que enterarnos por emisoras internacionales de la onda corta.

Por estas y otras realidades que confirmé en mi viaje a Polonia sentí tanta emoción cuando se produjo el reencuentro ante la vidriera de una librería en el centro de Varsovia. Tal vez los transeúntes que pasaron junto a mí tomaran por loco a este treintañero que se detuvo unos instantes, absorto como ante una visión, frente a un poster de Bolet y Lolet. Nadie habría entendido que tenía lugar un reencuentro que sanaba traumas de mi infancia al entender después de tantos años las verdaderas razones del por qué deportaron aquellos inocentes dibujos animados. Quizás solo Umberto Eco y su semiótica, en sus teorías sobre el significado y el significante de los símbolos y signos, posean la respuesta de lo que me ocurrió. Yo solo sé que me reencontré con Bolet y Lolet, y también por qué no, conmigo mismo.

Polonia mística

En camaras de gas en Auschwitz

En cámaras de gas en Auschwitz

Estar el 4 de junio en Polonia, justo cuando allí celebraban el veinticuatro aniversario de aquellas primeras elecciones parcialmente libres, resultado inmediato de la mesa redonda que devolvió la vida a esa histórica tierra, no fue para mí casualidad. Tampoco lo fue la visita a los campos de concentración en Auschwitz el 14 de junio, justo cuando se recordaba con dolor el día de apertura de ese sitio de horror.

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