Ponencia que presenté lunes 29 de junio en el evento «Caminos de Transición», en La Habana (1 Conferencia teórica sobre temas de la construcción democrática en Cuba).
En el presente orden de cosas el Estado cubano alardea de que algunos de sus diputados en la Asamblea Nacional del Poder Popular son pastores evangélicos, o poseen algún otro liderazgo destacado en el ámbito religioso del protestantismo, es un intento evidente de necesaria auto-reafirmación de que el cambio constitucional que tuvo lugar en 1992 de declarar a un Estado hasta entonces confesionalmente ateo a laico fue más que un simple cambio de letra. Los casos excepcionales de líderes protestantes de los que se jacta el gobierno, como en el caso de otras minorías, como las mujeres, en el ámbito sexual, o los negros, en el racial, han contribuido a suavizar la imagen a todas luces monolítica desde el punto de vista ideológico que caracteriza a este corpus desde su organización. Es una especie de dime de qué te jactas y te diré de qué careces. En efecto, tres o cuatro nombres, de personas caracterizadas por su incondicionalidad al sistema, se han prestado para arrendar sus sotanas y edulcorar la falta de democracia en el actual parlamento. Los mismos rostros pueden ser vistos en similar condición en otros frentes a los que se les envía para representar al arcaico sistema, como se puso en evidencia en la reciente VII Cumbre de las Américas en Panamá, cuando algunos de estos “religiosos” fueron capaces incluso de participar en los denominados actos de repudio contra representantes de la sociedad civil cubana para luego afirmar que allí sintieron la presencia de Dios. Es el clásico concubinato de los príncipes y los falsos profetas. Independientemente de los esfuerzos por hacer creer a través de la propaganda oficial que estos individuos constituyen cabezas de las iglesias evangélicas cubanas se sabe con seguridad que lo que ellos realmente han sido es líderes en el denominado Consejo de Iglesias de Cuba (Cic) tras despuntar en denominaciones de escasa membresía o históricamente vulnerables a intromisiones estatales. El Cic, no obstante a los esfuerzos realizados por la Oficina de Atención a los Asuntos Religiosos del Comité Central del PCC, en conjunto con un manipulado Registro de Asociaciones del Minjus, no ha conseguido aglutinar a la diversidad de las iglesias evangélicas y protestantes de Cuba. Su membresía no llega a la mitad de las instituciones religiosas que poseen personalidad jurídica, por lo que si también tenemos en cuenta el enorme grupo de iglesias y movimientos religiosos sin reconocimiento legal, pese a procurarlo, entonces llegaremos a la conclusión de que solo una minoría dentro de las minorías que constituyen las iglesias protestantes y evangélicas han estado representadas, por no decir abusadas, por tales oportunistas.
De este contexto podría pensarse que aunque con pseudoparlamentarios al menos las minorías evangélicas han tenido alguna experiencia y que incluso han llevado la delantera a la Iglesia Católica cuyo clero si ha estado notoriamente ausente, mientras que ellas, en definitiva, de cualquier manera, han estado presentes en la Asamblea Nacional. Pero de cara al futuro esto en realidad puede revertirse negativamente para las minorías evangélicas al menos por dos razones. Por un lado, la iglesia católica, cuyas pretensiones políticas nunca han sido un secreto, y que de seguro sí procurará representantes de su clero cuando en Cuba exista por fin un Parlamento genuino, podría apelar a su abstinencia actual, como ventaja moral para obtener escaneos por no haber prestado nombres a una asamblea espuria. De otro lado, la mayoría de los evangélicos, por reacción negativa a las actuales condiciones antidemocráticas, y tal vez hasta por rechazo a las posturas de «sus representantes», adoptan una posición negativa, la del extremo del rechazo a lo político, la de enajenación, por llegar a confundir lo político con la situación actual. Se trata del lastre social de esa falsa posición política conocida como “neutralidad” que resulta tan necesario cuestionarse por cuanto, además de su real inexistencia es incompatible con la “memoria subversiva” del mensaje cristiano, y que por su desidia, cómplice de tantos desmanes, resulta en extremo peligrosa, especialmente para el futuro de Cuba.
Es imperioso reconocer que aspectos irrenunciables de la propia Misión evangélica, tal y cual se presenta, en el campo social, político, educativo, económico lamentablemente quedan excluidos en la actualidad, y lo que es peor, a veces hasta rehuidos, ya sea por temores a un Estado que de sobras ha demostrado su carácter represivo, o por reacción negativa a los procederes negativos anteriormente mencionados. Resulta extremadamente reduccionista que el potente mensaje cuya poderosa influencia ha sido demostrado con creces en la cultura occidental, y en la propia historia de América, con raíces incluso en las enormes diferencias entre el Norte y el Sur actuales; que esta fuerza que, al decir del teólogo y mártir alemán Dietrich Bonhoeffer, ¨libera de todo lo que oprime y agobia¨, sea entendida en Cuba exclusivamente en categorías religiosas y cúlticas, por más que incluyan loables conocimientos de prácticas, credos, membresía, asistencia, etc. Es innegable que también en Cuba en la presente realidad las iglesias evangélicas se han constituido en lo que el sociólogo suizo Christian Lalive denominó El Refugio de las Masas; estas comunidades, en crecimiento exponencial, se han convertido en refugio, familia, hospital, consuelo para las masas desprotegidas de la isla, y esto tiene su punto de vista positivo, pero si se desea prestar un mayor bien a Cuba se hace necesario un ir más allá si es que realmente desean contribuir a su nación como cantera de liderazgo e influencia, y no permanecer como mero reservorio. El mal ejemplo, la cara negativa de quienes pretendiendo representarles se han prestado actualmente a un juego sucio podría revertirse con futuros parlamentarios genuinamente evangélicos que contribuyan a una nueva Cuba donde se imparta verdadera justicia, real democracia, respeto a los grupos más vulnerables, mejor distribución de las riquezas, que es en sumo una nación con buenos gobernantes, lo cual coincide con el ideal bíblico que estas minorías predican.
Es hora pues, no de atrincherarse en la concha o adoptar la postura del avestruz, sino de romper primero hacia su interior mitos y tabúes puestos de manifiesto en un mutilado cumplimiento de la misión. Cuba necesita que estas poderosas minorías se integren también y participen para transformar su realidad, necesita una iglesia que entienda que tanto la evangelización como la acción social son componentes por igual de su misión, que sus buenas noticias constituyen un mensaje integral que no conoce fronteras de ningún orden y que está dirigido a todo ser humano, considerando toda la realidad de la persona: lo físico, lo moral, lo espiritual, lo intelectual, lo social y lo político. En este contexto se hace necesario que el liderazgo evangélico, si es responsable y si el destino de Cuba realmente le interesa, comience a trocar esta cultura estéril de rechazo a lo político heredado tanto del daño antropológico infringido a toda la sociedad, como por la postura negativa de quienes se han prestado al juego de una falsa democracia. Pastores, teólogos y otros líderes de las iglesias protestantes cubanas deberán abrirse a la necesidad de lo que podríamos denominar una evangelización integral para Cuba.
Y no es necesario sentarse a esperar mientras otros se dedican a cambiar las condiciones sociales y generan la creación de un auténtico parlamento, capaz de representar los intereses todos de la nación, sin soslayar a las minorías, en las cuales están representadas las iglesias evangélicas. Todos los cubanos; incluidos los evangélicos, en concordancia no solo con su trayectoria mundial, sino en la propia Cuba desde su llegada en el siglo XIX; estamos llamados a ser agentes proactivos que comenzamos a generar el cambio antes del cambio. Resulta en extremo interesante el análisis de los resultados de las más recientes elecciones de circunscripción, aun desde las estadísticas oficiales. Por un lado el histórico 20% que manifestó su oposición ya fuera mediante su inasistencia a las urnas (11,7%), por anular la boleta (4.92%) o por dejarla en blanco (4,54%). De otro lado quienes asumieron la valiente posición de ir incluso más allá intentando obtener candidaturas y aun en dos casos insólitos llegar a discutir las elecciones para obtener el apoyo de más de cuatrocientos electores que se atrevieron a votar a favor de quienes, en violación de la propia constitución, fueron denominados con el peyorativo e intimidante calificativo de “contrarrevolucionarios”. En medio de este panorama me interesa preguntarme en cuánto contribuyeron los evangélicos a cada uno de estos porcentajes. Y aun más me entusiasma imaginar las posiciones en las que podrán decidir la suerte de Cuba, no solo los líderes evangélicos, sino esa cifra de electores que arriba cada vez más y más a sus iglesias, la masa evangélica, cuando lleguen a adquirir conciencia de cuánto bien pueden hacer a la nación, en consonancia con su propia fe, si es genuina, y si esta desea verificarse mas allá de las simples asistencias a los templos: en los estándares de vida, en las decisiones democráticas, en la satisfacción de la justicia, en el bien común de todos.