El 7 de abril en el aeropuerto «Abel Santamaría Cuadrado», Santa Clara, Cuba; junto a 67 ejemplares de la Declaración Universal de DD.HH., me fue decomisado, prohibiendo su entrada al país, un ejemplar del semanario puertoriqueño «Claridad», el correspondiente a la semana del 31 de marzo al 6 de abril.
Es harto conocido el tradicional nivel de censura en las aduanas cubanas, el cual permanece incólume en esa apertura fantásmica que algunos ambiciosos capitalistas dicen ver, desesperados en lucrar con la miseria del pueblo cubano aprovechando las ventajas que les ofrecen quienes a fuerza de escopeta desgobiernan la isla. Resulta lógico que en cualquier aeropuerto del mundo, y especialmente dadas las actuales circunstancias, exista un alto nivel de escrutinio para impedir el paso de drogas y que no ocurran actos terroristas. Pero precisamente por ello, dedicar más de un agente de aduana para hojear y hasta leer revistas y periódicos, ya es algo que raya en el paroxismo. Ha sido esta mi reiterada experiencia, y mi mayor preocupación es que mientras se dedican a «colar el mosquito dejen pasar el camello». Si a esto se suma que el final del requisio reportado consistió en la confiscación de un ejemplar del «Claridad» puertoriqueño, entonces no caben dudas de que los niveles de paranoia del castrismo rayan ya niveles muy bajos en su espiral descendente.
Intentando explicar tanta predisposición e inseguridad no queda más que suponer que los principales titulares de «Claridad» levantaron sospechas a los sugestionados lectores de la aduana. El primero de ellos, «El sueño de la espia boricua Ana Belén Montes», enuncia un tema candente por los rumores que circulan respecto a uno de los próximos anuncios que se harán en el marco del descongelamiento de relaciones entre EE.UU y Cuba. Desde hace meses circulan informaciones respecto a un probable nuevo intercambio de espías entre los dos Estados, y los candidatos son precisamente la espía puertorriqueña que invoca el titular y Ernesto Borges Pérez, quien está por cumplir dieciocho años preso por el delito de espiar para EE.UU. al intentar revelar el nombre de veintiséis agentes que serían infiltrados en ese país con el propósito de espiar para La Habana, y que propiciasen actos como el que otros en esas funciones han provocado durante años y de los cuales resulta emblemático el derribo de las avionetas civiles de «Hermanos al Rescate», grupo humanitario que tantas vidas de cubanos salvó en el estrecho de la Florida.
El segundo titular, con letras bien grandes, parecería explicar por sí mismo, la indecisa y confusa postura de muchos respecto al marco de las relaciones entre EE.UU y Cuba, atizadas por la histórica visita del presidente Barack Obama. «Cuba y Puerto Rico: ¿qué esperar, qué hacer?» describe sin dudas también la ambivalente postura de las altas cúpulas del poder político en Cuba, evidenciada entre la descabellada «reflexión» adjudicada a Fidel, y el silencio posterior de Raúl, quien durante la visita contrastó con Obama no solo por su vejez, sino por su hacer el rídiculo una vez más ante la prensa, los visitantes extranjeros y ante el pueblo cubano. Y esta indecisa y confusa postura es también la que desciende a la base del tambaleante sistema y obliga a actuar haciendo el rídiculo a los funcionarios públicos que no pueden más que representar la falta de claridad evidenciada hasta en el decomiso de «Claridad».