En vano busco en la mente el nombre de mi amiguito preferido cuando estábamos en preescolar y primer grado, el paso de los años lo ha borrado totalmente. Era el niño más alto del aula y se sentaba en el pupitre que estaba al lado del mío, compartía alegremente conmigo sus meriendas y le sacaba puntas a mi lápiz cuando esta se partía. Nos reíamos juntos en el recreo y corríamos uno detrás del otro jugando a los agarrados. Posiblemente fue el mejor amigo que tuve en esos dos años de la infancia. La presencia de mi compañerito de clases cada mañana era parte importante de mi cotidianidad de niña y me hacía sentir plenamente dichosa, diría que feliz, en mi mente infantil no aparecía ni la más remota posibilidad de que algún día aquel niño pudiera desaparecer de mi vida de tal manera que nunca más, hasta los días de hoy, le he vuelto a ver.
Sentada en el portal de la casa de mis abuelos paternos que muchas veces me cuidaban en las noches mientras mis padres trabajaban o estudiaban, vi pasar por la calle un grupo numeroso de personas, iban gritando frases y consignas, muchas de las cosas que decían tampoco logro recordarlas del todo, pero los gritos eufóricos de: abajo los gusanos, lumpen y el canto de: Pin Pón fuera, abajo la gusanera, si los conservo bien frescos en la memoria. Caminaban por las calles con antorchas encendidas en las manos, me asusté tremendamente sin entender nada de lo que pasaba y corrí al interior de la casa de mis abuelos para esconderme del extraño desfile, cuando la turba se alejó, salí, sin lograr entender a ciencia cierta qué había significado toda aquella algarabía.
Al día siguiente volví al aula y me sorprendió la ausencia de mi compañerito, recuerdo este día como uno de los más tristes de mi niñez. Entre los acontecimientos de la noche anterior, la ausencia de mi amigo y los comentarios de las personas a mi alrededor fui hilvanando lo que sucedía y solo lo comprendí completamente cuando una tarde pasé por la casa del niño y la vi cerrada, con un sello de papel resguardando la puerta de entrada, el piso del portal lleno de huevos rotos y las paredes de mampostería pintadas de verde, salpicadas. Saqué la triste conclusión de que la familia se había ido del país por el Mariel y con ellos se habían llevado a mi querido amigo, pero más triste aun fue comprender que la turba enloquecida que tanto me había asustado la había emprendido contra ellos, vociferándoles toda clase de insultos, rechazándolos como si en vez de seres humanos hubiesen sido sabandijas y lanzándoles, como si fueran bombas, los innumerables huevos.
Años más tarde, durante los noventa, cuando la situación económica en Cuba colapsó, en especial por el derrumbe del campo socialista europeo que prácticamente sostenía a nuestro país, durante el terrible “período especial” que nos golpeó a todos, llegamos a llorar en medio de nuestra necesidad por un huevo para satisfacer el hambre de nuestros estómagos estragados y más adelante aquellos cubanos repudiados fueron recibidos como dioses, serían ellos quienes con sus remesas y ayudas a familiares y amigos sustituirían en parte al Socialismo europeo para sostener nuestra enclenque economía. Siempre me he preguntado si entre esos tantos cubanos del exilio que han retornado al país para visitar a los suyos ha estado aquel niño cuya memoria debe guardar como un estigma el acto de repudio que le propinó “el pueblo enardecido”, en el cual participaron personas que quizás él conocía desde que había venido al mundo, los cantos y consignas que estoy segura en aquel momento no comprendió y el bombardeo de huevos con que agredieron su vivienda.
Las cosas han cambiado mucho, los emigrantes cubanos se han multiplicado desde la época a la que hago referencia hasta la fecha, es difícil encontrar una familia en Cuba donde al menos uno de sus integrantes no viva fuera del país, menos mal que los tiempos en que eran repudiados a través de actos masivos han quedado atrás. Solo espero que en un futuro no muy lejano también cesen los actos de repudio a otros cubanos que no han tomado la decisión de partir, sino de permanecer dentro de nuestras fronteras para enfrentar al mismo régimen que nos gobierna desde el año 59 y que el pueblo de Cuba en su totalidad se niegue rotundamente a participar de estos actos bajos e inmorales, demostrando ser un pueblo coherente, digno, verdaderamente respetuoso de las diferencias, que es la única manera posible de marchar unidos en pos de un mañana mejor a ese ayer y a este hoy que vivimos todos los cubanos.