SANTIAGO DECLARARÁ

El pasado 19 de octubre quedó colgado en Cubano Confesante el post ENTREGADA LA PRIMERA LISTA que escribí el 8 del propio mes refiriéndome a la lista con nombres de testigos referenciales que el viernes 7 de octubre dejé en manos del fiscal Osmel Fleites Cárdenas, encargado por la Fiscalía Provincial de Villa Clara a su vez encargada por la Fiscalía General de la República del proceso investigativo supuestamente abierto por la controversial muerte del ciudadano santaclareño Juan Wilfredo Soto García, alias El Estudiante. Hasta el momento ninguno de los testigos que relacioné ha sido citado para declarar, aunque han pasado dos meses y medio de aquella entrega.

La lista la encabezaba mi padrastro Santiago Martínez Medero. Lo coloqué en primera fila con toda intención. Él fue la causa de que el que iba a morir nos saludará aquella mañana de su golpiza, el imborrable jueves 5 de mayo. Un cáncer de cuello que lentamente estuvo batallando contra Santiago desde fines de 2009 nos había llevado aquella mañana, como la de tantos otros jueves, al hospital oncológico de Santa Clara para un tratamiento de quimioterapia que una doctora de trato angelical, que tampoco podremos olvidar, le estaba prescribiendo.

La providencia divina, que se vale aún de nuestras enfermedades para hacer su obra, su extraña obra, y para hacer su operación, su extraña operación (Isaías 28.21), posibilitó que los tres confluyésemos en el mismo espacio-tiempo de aquel punto de la calle Cuba, frente al Oncológico, para escuchar de Juan Wilfredo aquella terrible declaración que in so facto nos responsabilizó ante las justicias humana y divina. Tan fuerte resultaron a mi padrastro las palabras de El Estudiante que no fueron los pinchazos de aquel día los que más relevantes le resultaron. Evidenciando lo impactado que quedó tras la tremebunda confesión de Soto García al regresar a su casa fue lo que primero contó a mi madre quien luego a su vez me interrogó muy preocupada.

Santiago en sus últimos meces

Santiago en sus últimos meses

La tormenta que sobrevino dos días después de la muerte de Wilfredo -como para confirmar que lo que aquel nos había contado no había sido ningún invento- las embusteras palabras del libelo Granma y los irrisorios reportajes televisivos que podían engañar al mundo entero, menos a nosotros, no lograron amedrentar a mi padrastro respecto a la posibilidad de testificar que Wilfredo nos dijo lo que nos dijo, a pesar de que una vez llegó a confesarme que sentía miedo, sin percatarse que ya él no tenía nada que perder, muestra de la eternidad que Dios ha puesto en el corazón de cada hombre. En aquellos convulsos días de mayo, si el régimen, en lugar de priorizar la defensa de la «reputación» de sus fuerzas «del orden», se hubiese dedicado, como correspondía si viviésemos en un Estado de derecho, a investigar la muerte de uno de sus ciudadanos, mi padrastro podría haber presentado su declaración ante cualquier jurado ya que se encontraba todavía con facultades físicas y mentales suficientes para hacerlo. Pero el régimen solo reaccionó atacando a priori a todo aquel que osara insinuar que la muerte de Juan Wilfredo podía tener una causa violenta.

Casi ocho meses mediaron entre la muerte de Juan Wilfredo, 8 de mayo, y la de mi padrastro, este pasado 21 de diciembre. Tiempo más que suficiente como para que el gobierno realizara la investigación que merecía el cuestionamiento de la muerte de un ciudadano, máxime cuando el sospechoso de la muerte, ante el mundo, era el gobierno mismo. Sin embargo, fiel a su política de muerte, el gobierno esperó a la solución biológica para la desaparición de este testigo referencial de Juan Wilfredo Soto.

Los últimos tres meses de Santiago fueron muy difíciles para él, y para nosotros su familia. Contra todo pronóstico, incluyendo el calculado por el gobierno, mi padrastro se alimentó como un pajarito a través de un levín incorporado por el agujero derecho de su nariz, resistió el suministro de alrededor de cuatrocientas dosis de morfina y sobrevivió tres fuertes hemorragias por la parte afectada de su cuello que llegaron a hacer descender su hemoglobina hasta un nivel tan bajo como cuatro. Una vecina me preguntó alarmada un día: ¿Qué es lo que debe Santiago en este mundo que no puede morirse? Y yo le respondí certero: ¡Una declaración!

Aunque era un tema del que no le gustaba hablar, especialmente cuando supo de mis detenciones el 26 de junio y el 19 de octubre, accedió a confirmar la declaración de Juan Wilfredo en videos que le tomé ante mi argumento de que en su estado de salud no se encontraba en condiciones de trasladarse a ningún tribunal. A veces, no obstante, parecía cobrar un extraño valor que le hacían lanzarme alguna frase inesperada, como si en medio de su enfermedad pesara para él la responsabilidad de una declaración a la que sería citado en algún momento y por la que estuvo esperando. Apenas dos semanas antes de morir me soltó de plano: -Pronto vamos a hacer un viaje a La Habana. – ¿Para qué? – le pregunté sorprendido: -Para hacer la declaración. Me respondió dejándome estupefacto.

Tal vez los asesinos celebren alegres la desaparición de un testigo cuya declaración podía ser importante en el caso #JWS. Él nunca fue un opositor político, no fue un disidente, jamás le interesó la política, fue una de las millones de victimas silenciosas de esta dictadura que acatan con pasividad la violación de la mayor parte de sus derechos ciudadanos de los que a veces no tienen ni conciencia. Sin embargo, ante su involucramiento, no buscado ni planificado por hombre alguno en esta historia en relación a #JWS hizo que la Seguridad del Estado mostrara constante preocupación en extrañas visitas de médicos que provenientes de Santa Clara venían a verificar su estado de salud, lo cual no ha tenido lugar con otros enfermos de cáncer que se mueren en nuestra comunidad, a unos treinta y cinco kilómetros de la cabecera provincial. En los ingresos de Santiago no fue difícil percatarse de la presencia tampoco de sus personeros, y constituyó una razón más para que estuviésemos al tanto de cada detalle, yo mismo procuré permanecer la mayor parte del tiempo a su lado en estos casos. Todavía me pregunto del por qué el ensañado apedreamiento contra esta misma casa en que mi padrastro daba sus últimos suspiros la noche del 22 de octubre quebrando su paz de moribundo. Del por qué de la desfachatada detención del exprisionero de conciencia del grupo de los setenta y cinco, Librado Linares, el pasado 24 de noviembre cuando vino a realizar una mera visita piadosa a mi padrastro. Cínico también fue el rodeo a activistas de los derechos humanos la pasada mañana del 21 de diciembre mientras velábamos a Santiago en la funeraria de Camajuaní. Cada una de estas acciones fue denunciada en su momento en Twitter, @maritovoz dio cuenta en tiempo real de todo ello, como puede ser verificado en su perfil.

Afortunadamente, parece que la denuncia en Twitter puso al desnudo el descaro de la maniobra de evitar que personas sensibilizadas acudiesen a la funeraria y a las dos de la tarde les dejaron salir de sus casas, no sin custodia que tuvimos hasta concluida la sepultura de Santiago. Las palabras finales recayeron sobre mí en el cementerio, y en ellas, además de expresar lo que la vida de este hombre sencillo de pueblo representó para nosotros, a manera de epílogo, afirmé que lo que Santiago se quedaba debiendo en este mundo sería saldado. Es probable que para algunos asistentes mis palabras resultaran enigmáticas, pero no para los secuaces de la seguridad del Estado presentes, las personas conocedoras del caso, y Dios, que ha estado todo el tiempo interesado en la justicia.

Vidas como las de Santiago constituyen saetas con las que Dios sorprende a quienes se consideran dueños o protagonistas de la Historia. Toda la estela de sus sesenta y ocho años parecería condenada a borrarse en la intrascendencia y el anonimato de las multitudes si Dios no le hubiese colocado en el mismo camino de otra victima por el valle de sombra de muerte en el que Él y yo le acompañábamos, como para que en tal circunstancia Santiago tuviese la oportunidad de mostrar el gesto de olvidarse de sus propias penas y concentrarse en las del otro y estar dispuesto, en una decisión valiente, a testificar la declaración que como un batón nos pasó Wilfredo Soto. En un punto del espacio-tiempo Dios le puso en el camino de otra victima, no de las enfermedades biológicas que el otro también padecía, sino de las crueldades humanas incongruentes con el propósito para el que originalmente fue diseñada la sociedad humana. Uno puede asimilar, aún cuando tampoco pueda entender por completo, que podemos ser victimas de virus, bacterias y mutaciones celulares y genéticas, pero no que lo seamos de nuestro propio prójimo, que nos matemos entre nosotros mismos. Y mi padrastro, hombre intrascendente desde el punto de vista social, tuvo sin embargo la lucidez divina de saber escoger en esta historia entre el bien y el mal, y de tener la suficiente sensibilidad como para enardecerse con Dios ante la injusticia a un semejante.

No es de extrañar, en este período de dos años de enfermedad, mi padrastro se acercó como nunca antes lo había hecho a su Creador y se preparó para el encuentro con Él. Reconociéndose pecador encontró en Jesucristo el único medio posible, y facilitado por Dios, para poder tener una relación personal con Él. Y lo más lógico es que buenas obras que Dios preparó de antemano sigan a quienes han tenido ese tipo de encuentro con Él (Efesios 2.8-10).

Mi padrastro estuvo dispuesto, y es lo que importa, cuando las circunstancias lo demandaron, no a esconder su cabeza como el avestruz permaneciendo pasivo frente a una injusticia, sino, como es digno y lógico de un hijo de Dios, rescatado y renacido espiritualmente -si es que faltara la dignidad que se supone deba tener cualquier ser humano en su conciencia para ello- de pararse en la brecha entre Dios y los hombres y demandar justicia. Para la justicia humana guardamos las grabaciones que Santiago nos dejara, y todavía quedamos en pie otros testigos para respaldar lo que él quería pero no pudo decir ante las togas. Para la justicia divina ya testigo y victima se encuentran bajo resguardo de Dios y solo cabría preguntarse ¿cuánto tiempo más intentarán en vano los culpables evadir el tribunal de Cristo ya que piensan haberse echado en el bolsillo al tribunal humano? Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo (2 Corintios 5.10).

Pbro. Mario Félix Lleonart Barroso