El escenario es otro. El visitante también.
Cuando el Papa polaco, Juan Pablo II, Karol Wojtyla, visitó Cuba en 1998 encontró a Monseñor Pedro Claro Meurice Estíu como arzobispo en Santiago de Cuba, y en él, la voz cubana que más alto se alzó entre quienes tuvieron tal posibilidad. El Papa del »Que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba», fue saludado al menos por »el león de Oriente» con la descripción más real de Cuba que se pudo hacer: la de un pueblo que »necesita aprender a desmitificar los falsos mesianismos», la de »un número creciente de cubanos que han confundido la patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología», la que »vive aquí y vive en la diáspora», la del cubano que »sufre, vive y espera aquí y también sufre, vive y espera allá afuera».
Cuando aquel Papa viajero del »No tengan miedo» visitó Cuba se encontró también con una voz profética descollante dentro de las publicaciones católicas que ya para entonces había cultivado veintidós agudas editoriales, la valiente Vitral, del Centro Católico de Formación Cívica y Religiosa del obispado de Pinar del Río, dirigida por ese otro gran cristiano que sigue siendo Dagoberto Valdés. La misma que declaró en su tirada posterior a la peregrinación papal que quien nos había visitado no era cualquier Papa sino »el Papa polaco que conoce el nazismo, el comunismo y el capitalismo en su propia carne», concluyendo entonces en que después de la visita del Papa »Cuba debe traspasar el umbral y seguir adelante».
Pero cuando el nuevo Papa alemán, Benedicto XVI, arribe precisamente por Santiago de Cuba ya no encontrará ningún león que le reciba. La bienvenida se la darán en su mayoría pastores que lo más que hicieron hace poco fue salvar a unas pacíficas mujeres de las mismas turbas frenéticas que serán enviadas por el régimen para recibir al obispo de Roma, escondidas bajo los mismos pullovers de los fieles. Pastores que seguramente se jactarán de haber conseguido la liberación en 2010 de cincuenta y dos prisioneros de aquel grupo de setenta y cinco de la Primavera Negra de 2003, y de otros más, usurpando con tal arrogancia el verdadero mérito al martirologio de Orlando Zapata Tamayo; al desafío de mujeres exclusivamente armadas con gladiolos, a quienes probablemente este Soberano del Vaticano no de respuesta siquiera a su solicitud de un encuentro; y al Ayuno del Sr. Guillermo Fariñas que ganó por ello el Premio Sajarov 2010 del Parlamento Europeo. Pastores que realmente fueron usados por el régimen para dar salida de negociación a uno de sus más grandes atolladeros luego de la visita de Juan Pablo II. Negociación con la que de paso el régimen calculaba la eliminación de la posición común europea ante sus desmanes, pero echada a perder por el asesinato a Juan Wilfredo Soto García, que dio al traste con las gestiones que el cardenal Jaime Ortega realizaba en esos precisos momentos en favor del régimen, como mandadero suyo por Europa.
Cuando Benedicto pase por La Habana para celebrar misa y se encuentre con quienes hicieron caso omiso de las palabras de su predecesor, tampoco estará ya, la voz profética de Vitral, y no porque el régimen directamente haya ejecutado su saña, sino por obra y gracia de uno de los propios pastores que la iglesia puso sobre parte de sus rebaños para distribuir el opio que el régimen necesita le repartan para adormecer al pueblo. Como una victoria del castrismo sobre lo más auténtico del cristianismo cubano el propio obispo de Pinar del Río se encargó de enturbiar para siempre el Domingo de Resurrección del 8 de abril de 2007 al conseguir el anuncio del cese de la revista en su número 78.
Como heredero del pensamiento bautista de varios siglos de existencia profeso el sacerdocio universal de los creyentes y comulgo con quienquiera que sustente el señorío de Cristo, a quien puede acceder cualquier persona sin necesidad de intermediarios humanos, como corolario de las creencias. Ser parte de este pueblo radical en la historia de la fe me hace disentir respecto a la denominada infalibilidad del Papa, sea quien fuere quien ocupe su lugar. Por creer así centenares de miles de mis antepasados de fe dejaron su vida en las hogueras que atizaba el Papa de turno. Desde este punto de vista, y en consonancia con el principio del gobierno congregacional que sustentamos las iglesias libres y autónomas, que influyó muchísimo en el origen de las democracias actuales, la monarquía del Vaticano, que concentra plenos poderes legislativos, ejecutivos y judiciales en las manos de un solo hombre, constituye el mayor exponente de los totalitarismos. Pero si me sustrajera de mis arraigados principios y adoptara sencillamente la posición de millares de católicos, tampoco esperaría mucho de la visita de este Papa en específico.
En septiembre de 2000, Joseph Ratzinger, quien todavía no era Benedicto XVI, sino precisamente el cardenal al frente de la Congregación del Vaticano para la Doctrina de la Fe, versión actual de la sanguinaria Inquisición, refrendó la Declaración Dominus Iesus, que dio vuelta atrás a casi todo lo avanzado por el tan progresista Concilio Vaticano II. Considero que este anticipo a su pontificado ya brindó los puntos cardinales que retrogradamente sigue actualmente la Santa Sede. En aquel momento reacciones adversas, que no debieran olvidarse, no se hicieron esperar, baste citar, apenas en el ámbito religioso, comenzando desde el propio catolicismo, al reconocido teólogo suizo Hans Küng; a Setri Nyomi, secretario general de la Alianza Reformada Mundial; a George Carey, arzobispo de Canterbury y líder de la Iglesia Anglicana; a Tom Best, miembro del Equipo de Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias; a Anfred Koch, representante de los luteranos alemanes; y a una multitud plural de voces de líderes evangélicos pertenecientes a iglesias radicales sin jerarquía, como yo.
Si nos atenemos tan solo a las palabras del famoso teólogo brasileño Leonardo Boff, citado por cierto con frecuencia por los medios cubanos, pero no en estos días, el discurso de Ratzinger no solo es específico al romanismo, sino a todos los totalitarismos contemporáneos. Muchas voces disidentes al gobierno poseen expectativas respecto a esta visita, pero el régimen ha dejado claro en sus editoriales que este Papa Benedicto XVI es invitado suyo, y claro, también de la iglesia, una iglesia paradójicamente más comprometida con el sistema desde la visita de Juan Pablo II, como demuestra el vacío dejado por Meurice, y la censura a Vitral. Es el gobierno cubano sin dudas quien más espera de la visita de este Jefe de Estado, y no hay razones para pensar que se le decepcione, al fin y al cabo Hitler esperó también de Pío XII y no se equivocó.