Alejado de la capital y sin contacto alguno con el Movimiento Cristiano de Liberación agradezco a Dios quien se valió de minúsculas señales de libertad que me llegaban de acá y de allá para orientarme en medio de la triste y confusa realidad cubana.
Aún en la lectura de un libro tan envenenado como «Los Disidentes» me percaté donde realmente se encontraba el mal, y donde el bien. Tal vez lo más significativo e influyente para mí hayan sido los denominados líderes espirituales del exilio, pastores y sacerdotes cubanos que en Miami y por encima de diferencias religiosas mantenían muy vivo su amor a Cuba y lo compartían como un fuego en reuniones periódicas de oración y a través de proyectos en común y cuyas noticias y mensajes llegaban a la isla a través de programas radiales como los que conducía Francisco Santana tales como «El cubano y su fe» o «Cuba, tu esperanza», o Lenier Gallardo, pastor de la Iglesia Luterana «Príncipe de paz» en espacios como «Ayer, hoy y siempre» o en su clásico Sermón de las Siete palabras cada semana santa. Como parte de ese grupo de fe y representando a los bautistas estaba Marcos Antonio Ramos, muy influyente como pastor e intelectual en el exilio y de gran reputación entre los bautistas cubanos. Ellos no solo defendieron la validez del Proyecto Varela en el exilio, en medio muchas veces de malinterpretaciones y confusiones, sino que también de manera indirecta y gracias a la radiodifusión ayudaban a informar a muchos como yo dentro de la isla.
Ocurra lo que ocurra en lo adelante tendré la eterna satisfacción de que no podré decir que no tocaron a mi puerta, y que cuando la tocaron acepté el reto: soy firmante del Proyecto Varela y me negué a refrendar la reforma a la Constitución que declaraba el carácter irrevocable del socialismo en Cuba, torpe reacción del régimen ante la maestría de Payá, celebrado por Carter en su visita a la isla así como por diversas personalidades del mundo entero. Lo correcto de mis decisiones ciudadanas en gran parte lo debo a la influencia que no obstante a tantos obstáculos llegó hasta mí de un Payá a quien nunca tuve el honor de estrechar las manos, pero de quien siempre tuve la dicha de encontrarme espiritualmente cerca, y ahora más. Los argumentos que escuchaba de este hombre valiente, contrapuestos a todo el adoctrinamiento inútil de la propaganda del régimen al que durante todos mis años de niñez, adolescencia y primera juventud estuve expuesto, me hicieron reaccionar a la realidad de que yo tenía derecho a los derechos, y conmigo mi prójimo, la totalidad de mis conciudadanos, con todos y para el bien de todos.