Esta semana dedicaré mis post al denominado Ejército Juvenil del Trabajo (EJT), a sus cuarenta años de creado, cumplidos el pasado sábado 3 de agosto, y a los diecinueve años de mi liberación de sus «filas», cumplidos también hace apenas unos días, el 28 de julio.
Este supuesto Ejército, creado en 1973, según se dice, de la fusión de la Columna Juvenil del Centenario (CJC) y las Divisiones de Infantería Permanentes (DIP) tuvo su verdadero antecedente en las tenebrosas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) que en 1968 fueron disueltas ante la repulsa mundial dada su innegable y desenmascarada condición de campos de concentración en las cuales el régimen cubano cometió crímenes por los que aún no ha respondido, pero por los que sin duda pagará algún día por más que se haya afanado en borrar las huellas de tan negro período. Tras cinco años de su desmantelamiento estas UMAP fueron reorganizadas en el nuevo eufemismo del EJT. Por supuesto, no fue solo un simple cambio de siglas, cinco años entre muerte y resurrección fueron suficientes para sacar experiencias e intentar hacer lo mismo pero con otras apariencias.
Yo viví en carne propia durante casi ocho meses las explotaciones y vejaciones más grandes a las que he estado sometido en mi vida precisamente en el EJT. Entre el 30 de noviembre de 1993 y el 28 de julio de 1994 me sentí como un auténtico esclavo. Cuando me preguntan si fui soldado alguna vez respondo categóricamente que no, pero que sí estuve prisionero bajo la falsa fachada de cumplir el Servicio Militar Activo (SMA) en el Boom 400 del EJT, un campo de concentración ubicado a una milla de la autopista nacional en su kilómetro 119, teniendo como poblado más cercano a una comunidad con el muy bien puesto nombre de Socorro, perteneciente al municipio de Pedro Betancourt, provincia de Matanzas. A pesar de que apenas fueron ocho meses conocí otros dos campos de concentración similares a los que fuimos enviados a cumplir «misión» de parte de nuestro Boom 400, uno muy cercano a Torrientes, y el otro a San José de Marcos, dos poblados del municipio Jagüey Grande. En estas tres unidades militares de apoyo a la producción citrícola fuimos mano de obra barata y segura para el régimen quien por entonces tuvo fuertes negocios en esta esfera con empresas israelíes. Una de las mayores contradicciones que viví, por cierto, en aquellos aciagos días fue preguntarme cada momento el por qué de la complicidad de capitalistas sionistas con este régimen totalmente antisionista que ni siquiera admite embajada del Estado de Israel. Para mí, educado desde mi primera infancia en una comunidad bautista que me inculcó el amor por los judíos y me enseñó a orar por la paz de Jerusalén, esta fue una de las mayores torturas que acompañó cada gota de sudor y maldición.
La lectura de la autobiografía «Tras cautiverio, libertad», de mi amigo Luis Bernal Lumpuy, donde se incluyen experiencias traumáticas vividas por el autor en las UMAP, me obligó a recordar por asociación mis tristes vivencias en el EJT y por esto dedico a él mis breves escritos de esta semana, con la certeza de que ambos veremos por fin a una Cuba libre de estas flagrantes violaciones a los derechos humanos fundamentales; y de tiranos dados a engendrar campos de concentración como las UMAP o el EJT, aventajados alumnos de Stalin, quien se destacó por experiencias similares en Siberia, y socios actuales de regímenes expertos en este tipo de reclusorios, donde se realizan crueles experimentos con seres humanos, como Corea del Norte, nuestro mejor aliado del momento, tal y como confirma al mundo la aventura belicista puesta al descubierto en Panamá.