La ciudad que mira al cielo, que mira al mar, al infinito/ preguntándose por dentro cuál será nuestro destino
Una vecina de Taguayabón, escandalizada con la brutalidad in crescendo del sistema, propio de todas las dictaduras en decadencia, y sinceramente preocupada por mí, me rogaba con todo su corazón, tras mi arresto del 19 de octubre pasado, que dejara de hablar y de actuar en consonancia con el rol profético al que no tengo dudas Dios me llama frente a esta bestia que es el castrismo cubano. Para compensar -me decía- utiliza la música. Se refería ella, aunque no asiste a nuestra iglesia, a los cantos que con tanta frecuencia escucha desde el templo, y que tantas veces amplifico para que muchos transeúntes puedan escuchar, y a los conciertos que ofrecemos desde el portal llenando las calles de un pueblo -ávido de fe y sentido- pero con altas dosis de miedo como para franquear las puertas de un lugar en el que predicamos, en palabras de Bonhoeffer, el evangelio que libera de todo lo que oprime y agobia.
Confieso que agradezco mucho los ruegos de esta vecina, y los de tantas otras personas que me quieren de veras y se acercan con inquietud por mí, pero no puedo acallar el empuje de Dios que me alienta: ¡No tengas miedo! Debo reconocer sin embargo algo muy sabio en la apreciación de mi vecina: el poder de la música contra esta tiranía. Mi experiencia en relación a este pasado Día Internacional de los Derechos Humanos en homenaje a los universales postulados suscritos el 10 de diciembre de 1948 respalda esta certeza de mi vecina.
Un viaje fugaz para algunas gestiones personales me colocó en la vorágine de los días 8 y 9 de diciembre en La Habana a la vez que me alejaron de la cacería, esta vez ineficaz, que se me preparaba en Taguayabón para evitar mi libre movimiento en un día tan trascendental como el del 63 aniversario de la Declaración Universal. En medio de decenas de arrestos de amigos e inmovilización de otros tantos fui dando cuenta de todo lo que pasaba por medio de mi cuenta Twitter @maritovoz así como del acto cívico de cubanos del otro lado que tenían la sana intención de arrojar luces de libertad a solo doce millas del malecón habanero. Agradezco a Dios que me ofreció la oportunidad ineludible de desalentar a jóvenes desesperados que sin dudas incitados por la malévola mente de la Seguridad del Estado eran incitados a lanzarse al mar bajo el engaño de que la flotilla de la democracia podría ser una manera de escapar de esta isla prisión, cuando en realidad se les quería usar como boicot a un acto sano alejado de toda provocación por ser portadores de un mensaje de amor y de paz.
No sé si fue la UNICEF o alguna otra instancia la que tomó la sabia decisión de convocar a un concierto al aire libre con el exitoso cantautor X Alfonso a apenas unas cuadras del malecón (G y Calzada), ¡y justo al terminar el saludo de los hermanos del otro lado en la noche del 9 de diciembre a las 10.00 pm! Ello permitió a muchos ver las luces artificiales cargadas de significado en el horizonte y luego cerrar con el colofón de un plato tan fuerte como lo fue la presentación del último disco de X ¨REVERSE¨, completamente gratuito y al aire libre. Miles de jóvenes sin el valor todavía para lanzarse a la calle como esas admiradas mujeres vestidas de blanco que blanden gladiolos como espadas de paz, tuvieron sin embargo el coraje y pasión de corear con ímpetu y desahogo textos cargados de auténtica rebeldía e inconformidad como los del talentoso X Alfonso, con tanto tino nombrado Embajador de Buena Voluntad por la UNICEF. Nuevamente el arte lograba lo que hostigados héroes no han podido.
Yo fui uno más entre la multitud. Ante un área de malecón inaccesible por el mar embravecido, por un lado, y centenas de policías vigilando su acceso por el otro, subí incógnito hasta los pisos más altos del edificio Girón, en F y Malecón. A riesgo de ser tomado como un ladrón, por ser un extraño, permanecí durante una hora, entre 8.30 y 9.30 apostado como un vigilante de las señales del horizonte en uno de los pasillos. Un numeroso grupo de curiosos vecinos, no por mi presencia, sino por las luces de libertad en el horizonte, me devolvió la tranquilidad. Me imagino que ese mismo espectáculo sucedía en todos los edificios a través de la franja de ocho kilómetros de malecón, y aún más allá, especialmente en los barrios de la Habana del Este, como Cojímar y Alamar, de donde hubo tantos reportes y fotos del avistamiento del abrazo luminoso que un día franqueará las doce millas que restan para que volvamos a fundirnos en un solo pueblo. Indudablemente la emoción de poder divisar las luces físicas fue mucho más pequeña que el de los labios de un pueblo dividido durante más de cincuenta años que intentaba besarse a pesar de la pesadez de esas doce millas.
Descender del Girón a las 9.30 para fundirme con la masa de pueblo que se congregó en la Avenida de los Presidentes a pesar de ser una zona tomada militarmente y corear con una enorme multitud que parecía no reparar en tanto preocupado policía uniformado y de civil, fue una emoción inolvidable. Letras como la de esta canción lo resumían todo:
La ciudad que mira al cielo, que mira al mar, al infinito
preguntándose por dentro cuál será nuestro destino
escondiendo su respuesta en el aire de un suspiro
y esperar que pase el tiempo, como peces aburridos.
La política incapaz de resolver ningún conflicto,
los impuestos de gobiernos que enriquecen a los mismos,
funcionarios que derrochan el esfuerzo conseguido,
los obreros madrugando, dando el alma por sus hijos.
Todo cambiará, ah, algún día cambiará,
todo cambiará, tengo fe en que cambiará.
La mentira envenenada que predica el fanatismo,
el no se puede, habla bajito, que me metes en un lío,
la importancia de vender al exterior un paraíso,
las razones de quitarme mis derechos, mis principios,
los que ignoran tus problemas por cumplir lo establecido,
que señalan con el dedo solo por pensar distinto,
hacen que familias no compartan los momentos más bonitos,
soledad que no es un nombre, es un sentimiento bien jodido.
Todo cambiará, algún día cambiará,
todo cambiará, tengo fe en que cambiará.
La ciudad que mira al cielo, que mira al mar, al infinito
preguntándose por dentro cuál será nuestro destino,
esta angustia del silencio del saber si estamos vivos,
sacrificios sin respuesta al final de este camino.
Todo cambiará, algún día cambiará.
Todo cambiará, tengo fe en que cambiará.
Todo cambiará
Debo confesar que recordé mucho las palabras de mi vecina y reconocer que el arte y la fe, en el caso cubano, están logrando lo que no tanto consignas y tendencias políticas, diezmadas por demasiada agresión de un sistema intolerante y prioritario en recursos para enfrentar a tanta gente valiente, mientras un pueblo fenece de hambre física y espiritual. Como para corroborarlo me vi sumergido al día siguiente en otro mar de pueblo, ya en Villa Clara, y en una concentración provincial entre mis hermanos bautistas, acompañado y protegido por la gente de mi iglesia que para demostrar valor lo único que tiene que hacer es acompañarme, como lo hicieron. Allí volví a corear, esta vez nuestra gospel music a lo cubano, y entonces si sentí la certeza de que lo que augura X Alfonso va a suceder, con el empuje del arte y de fe como esta fe en un Cristo que libera y salva el alma por la eternidad, pero convierte a seres humanos esclavizados en ciudadanos con dignidad plena de conciencia cívica en el aquí y en el ahora, como lo hizo con el endemoniado gadareno, no tengo dudas de que todo cambiará, es más, tengo fe en que cambiará.