La ciudad que mira al cielo, que mira al mar, al infinito/ preguntándose por dentro cuál será nuestro destino
Una vecina de Taguayabón, escandalizada con la brutalidad in crescendo del sistema, propio de todas las dictaduras en decadencia, y sinceramente preocupada por mí, me rogaba con todo su corazón, tras mi arresto del 19 de octubre pasado, que dejara de hablar y de actuar en consonancia con el rol profético al que no tengo dudas Dios me llama frente a esta bestia que es el castrismo cubano. Para compensar -me decía- utiliza la música. Se refería ella, aunque no asiste a nuestra iglesia, a los cantos que con tanta frecuencia escucha desde el templo, y que tantas veces amplifico para que muchos transeúntes puedan escuchar, y a los conciertos que ofrecemos desde el portal llenando las calles de un pueblo -ávido de fe y sentido- pero con altas dosis de miedo como para franquear las puertas de un lugar en el que predicamos, en palabras de Bonhoeffer, el evangelio que libera de todo lo que oprime y agobia.
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