El mes de julio de 2013 fue sumamente revelador respecto a la empantanada realidad cubana.
De un lado el General de Ejército Raúl Castro arremetió contra el pueblo cubano en el discurso que pronunció el día 7 en la Primera Sesión Ordinaria de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Según sus palabras, la noble revolución, ente abstracto bien demarcado de un pueblo tan vil y pendenciero, corre peligro por los abusos de este; la población es mala, la élite en el poder presidida por él, impoluta e inmaculada.
De otro lado, apenas una semana después, a quien hechos abrumadores pusieron en total tela de juicio ante los ojos alarmados del mundo entero fue al acusador del pueblo cubano. En burdo quebrantamiento de sanciones de la ONU, violando además el tratado de neutralidad del Canal de Panamá del que el propio régimen es signatario, fue atrapado esta vez en tráfico de armas nada menos que en contubernio que con sus homólogos opresores de Corea del Norte.
El periodista José Alejandro Rodríguez lo dice en su comentario «Reconocer, para cambiar» publicado en el Diario Juventud Rebelde del domingo 21 de julio, en la frase: «Lo cierto es que la gente no es mala, corrupta o indisciplinada per se.» Compréndase la verdadera naturaleza torcida del régimen que desgobierna Cuba cuyos aliados más allegados en el mundo llegan a ser regímenes tan repudiables como este de Corea del Norte; compruébese su obsesión, ahora ratificada, pero de sobras demostrada desde 1962, por la posesión de mísiles, y su doble cara para ocultarse tras una activa militancia entre los No Alineados; para entender de una vez el empeño de un pueblo empecinado en sobrevivir a toda costa a pesar de su trágica condición de rehén, similar a la de la población norcoreana, empezando ahora por los familiares de los marineros detenidos en Panamá. Ya lo dijeron todo al no decir nada, los más de cincuenta jóvenes peregrinos cubanos enviados por la Iglesia Católica a participar de la visita del Papa Francisco a Brasil a la propia prensa católica: «No podemos hablar».