(Mi intervención en el Panel ¨La justicia transicional y la anhelada reconciliación nacional cubana¨ en la edición 2016 de la Association for the Study of the Cuban Economy).
¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de ustedes mismos? (Santiago 4.1)
La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron (Salmo 85.10)
Los legendarios retos.
Los regímenes totalitarios existen por la sumatoria de la culpabilidad de muchos, tanto en sus orígenes, como en su desarrollo, como en la demora de sus caídas. Todos tenemos un poco de culpa. Muchas veces se ha dicho que cada pueblo tiene lo que se merece.
Es esta la razón fundamental por la que luego de la hecatombe social de cualquier régimen totalitario todos los implicados deberán reconciliarse, y muchas veces las fronteras entre víctimas y victimarios suelen tornarse confusas. Por ello cualquiera que sobrevive alguna de estas catástrofes sociales deberá primero proponerse reconciliarse primero consigo mismo. Y esto deberá hacerlo con la mayor urgencia antes de reconciliarse él mismo con cualquier otra persona, y antes de pretender emprender el reto tan inmenso como loable de intentar reconciliar a todos los entes opuestos entre sí como consecuencia del desastre social.
Contra nosotros mismos vamos a tener que luchar en Cuba ¨el día después de mañana¨, el día en que ocurra la esperada y tantas veces anunciada e iguales veces pospuesta transición; por no decir que tendremos que comenzar a luchar contra nosotros mismos desde ahora, si es que esa lucha indispensable no la hemos iniciado ya. Hasta ese día no comenzará la transición de cada cual. Y será la sumatoria de las transiciones de todos la que resultará en la transición de un sistema a otro.
Y en esa nueva transición estamos abocados a impedir lo mismo que ocurrió en aquella otra de 1959, que demuestra que no siempre la transición en una sociedad es de bien a mejor, sino todo lo contrario. Será necesario impedir a toda costa que se repitan de nuevo los ajustes de cuentas, las barbaridades de aquellos terribles paredones de fusilamiento por los cuales, aunque ya no se fusile, en buena medida el mismo régimen que los propició subsiste todavía. Y recuérdese que en aquel caso fueron muchas las voces que gritaron: ¡Paredón!, como también fueron muchos quienes gritaron a Pilato: ¡Crucifícale!, en aquel injusto proceso a Jesús donde el propio magistrado terminó lavándose las manos.
Y es verdad que hoy no se está fusilando en Cuba, por el momento; es cierto que aunque la pena de muerte sigue siendo parte de la legislación cubana, afortunadamente la frena una moratoria vigente desde 2003; es verdad que hoy se recurre a nuevos métodos, y que no son pocos los casos denunciados como ejecuciones extrajudiciales, muertes que esperan por investigaciones imparciales. Pero aquellos actos de terror públicos de los paredones cumplieron una funciones que están dando resultados todavía sembrando un temor, un miedo, latente en la memoria de quienes los vivieron y de sus descendientes.
Evidentemente para que haya reconciliación en Cuba tendrá que existir como precondición, además de la reconciliación interna de cada cual, una justicia verdadera. Justicia que allane el camino y ponga fin a un ciclo de contradicciones que viene de mucho más allá de las últimas seis décadas, hasta llegar a nuestros orígenes de poco más de quinientos años, si es que no queremos continuar descendiendo a través de toda la espiral de la historia humana. Primero los hijos de Cuba se dividieron en favor o en contra de la metrópoli española. Ahora en favor o en contra de una familia que hace lo posible y hasta lo imposible por mantenerse en el poder heredado de un caudillo, hijo este de soldado español de la otra contienda, por cierto.
La obra de Ramiro Guerra, en dos tomos, es un fiel exponente de aquella nación dividida en que se desangraban unos a otros. El contexto actual de Cuba se refleja muy bien en aquellas realidades. Las mismas pautas se repiten, solo que ahora los reyes no se encuentran distantes y seguros en la península española, sino dentro de su propia finca particular. Las heridas no curadas dieron al traste con la República, que se intentó construir, pero que no sobrepasó las seis décadas pues arrastraba con demasiada basura acumulada; y que derivó en estas otras seis décadas que estamos por concluir ahora, y la que los odios volvieron a enfrentarse en favor o en contra de un totalitarismo caudillista. La reconciliación individual de cada cual, y la justicia, tendrán que facilitar la reconciliación para toda la nación, y esta no puede volver a ser víctima de odios y venganzas, pero tendrá que ser justicia: aderezada por supuesto de los valores cristianos de misericordia, amor y perdón, pero tendrá que ser justicia. El otro extremo sería propiciar la impunidad, el borrón y cuenta nueva, que sería barrer bajo la alfombra para volver a reiniciar otro proceso con fallas de origen, como el de la República. Y los retos en tal sentido son grandes y muchos.
Mitos y realidades.
Lo primero que urge corregir desde ya es quiénes son los que se tienen que reconciliar con quién. Pues muchas veces los principales responsables de los conflictos cubanos no resueltos han sido exitosos en ocultar el verdadero problema y en dar larga y satisfactoria vida a mitos, mentiras que repetidas cien veces llegan a ser consideradas como verdades:
No se tienen que reconciliar los pueblos cubano y norteamericano, como algunos han sugerido por ahí, pues estos dos pueblos son vecinos cercanos que siempre se han caído muy bien. Nuestras dos naciones poseen historias indisolublemente entrelazadas, de lo cual dan expresión numerosas facetas e hitos; y lo ilustra muy bien el primer bestseller del periodismo norteamericano, El Mensaje a García, que relata la innegable hazaña de Andrew Summers Rowan al internarse en una Cuba ensangrentada por la guerra entre el ejército español y los mambises; arriesgada misión previa a la guerra hispano norteamericana, de servir de contacto entre el presidente William McKinley y el mayor general del Ejercito Libertador Calixto García, a fin de conseguir el apoyo al desembarco norteamericano. No en balde el éxito de este artículo de Elbert Hubbard publicado por vez primera aquel 22 de febrero de 1899 para la revista Philistine, y desde entonces ultrapublicado y supertraducido, hasta hoy objeto de estudio, especialmente en cursos sobre liderazgo. Liderazgos que afortunadamente se han repetido en Norteamérica pero que nos ha costado demasiado poder reproducir en Cuba.
Tampoco se tienen que reconciliar las dos orillas, como también algunos hacen creer, las dos orillas en que nos encontramos los cubanos, los de dentro de la isla y los de la diáspora. Estas dos orillas son más bien las expresiones de un mismo pueblo, las mismas contradicciones que se dan dentro de la isla son las que ocurren en la diáspora. Esto ha quedado demostrado con creces luego que cayese la traba del permiso de salida cubano, la famosa ¨carta blanca¨, desaparecida con la Reforma a la ley Migratoria, del 14 de enero de 2013, que ha propiciado sobre todo el intercambio de los cubanos de las dos orillas, pero fuera de la isla; y que ahora habrá que procurar para que se replique, pero dentro del propio archipiélago.
Y tampoco el problema de Cuba está en la más o menos falta de reconciliación entre el gobierno cubano y el gobierno que esté en USA o en cualquier otro lugar del mundo, porque ese no es el problema de Cuba. El problema de Cuba no está en sus cambiantes y contradictorias relaciones exteriores, sino en sus relaciones internas. Por más que sean asuntos polémicos y de discusión, no son ni el mantenimiento o no del embargo norteamericano; ni el descongelamiento o no de sus relaciones con las potencias mundiales los conflictos que generan el problema cubano, en todo caso son sus consecuencias.
Y por supuesto la reconciliación no será tampoco la que algunos proponen entre el pueblo cubano, de dentro y fuera de la isla, porque todos somos cubanos, con quienes se han aferrado al poder por seis décadas a los poderes políticos, militar y económico; utilizando como combustible, el nacionalismo por un lado, y del otro las pasiones exacerbadas de los cubanos. Esa estirpe se encuentra fracasada, y está condenada a desaparecer.
La reconciliación necesaria entonces es la del pueblo cubano con valores tan importantes como pueden ser el diálogo y la democracia, o la justicia misma, valores a los que se han interpuesto bajas pasiones que han sido demasiado lastre para el buen desenvolvimiento de nuestra historia en quinientos años. Que los heroísmos, los caudillismos, las ansias de protagonismos, y muchas taras más, den paso a una nueva era, hacia aquella sociedad que Martí definiera como con todos y para el bien de todos.
La realidad que ahora nos define no dista mucho de los momentos extremos de la vida de la nación en el pasado, pudiéramos compararlo a la guerra de los diez años, o la guerra del noventa y cinco, o tal vez para alguno se asemeja más a la época que estuvo entre las dos guerras. La pregunta ahora es si los cubanos seremos esta vez capaces de resolver el conflicto o pospondremos una vez más para un futuro indefinido y ya por demasiado tiempo relegado su urgente resolución; y el gran reto no solo es si seremos capaces de resolverlo por fin ahora, sino si seremos capaces de una resolución pacífica.
Esperanzas, que se vislumbran desde ahora
La esperanza es la que nos ha sostenido en la búsqueda de nuestro Santo Grial, el de la libertad, por estos más de quinientos años de historia, y esa esperanza se manifiesta cada vez que cubanos de buena voluntad se juntan para intentar solucionar, aun desde diferentes perspectivas que se encuentran, nuestro problema ya tan envejecido. Y esa esperanza no solo se manifiesta lejos de la zona principal del conflicto, o del campo de batalla, desde afuera. Y aunque desde la oscuridad que reina todavía pareciera que esos rayos de esperanza se esfuman con la misma facilidad con la que aparecen todos sabemos que será definitivamente la luz la que derrote a las tinieblas.
Concluiré con un caso como ejemplo para demostrar que no habrá que partir de cero el día en que los cubanos nos reconciliemos con los valores con los que nos hemos enfrentado por tanto tiempo, y que tampoco ese día habrá que partir de cero con la justicia. Un caso por cierto que parte de una ejecución extrajudicial concretada en los primeros minutos del domingo 8 de mayo de 2011, luego de una golpiza policial que recibiera el opositor Juan Wilfredo Soto García, alias ¨el Estudiante¨ a media mañana del jueves 5.
La impunidad habría predominado, como en casos que nunca será posible esclarecer del todo, si esta vez determinados detalles, aparentemente desconectados, no se hubiesen alineado, como en un eclipse. Y produjo un auténtico eclipse para el régimen cubano, de lo cual dan cuenta sus exacerbadas declaraciones en sus medios de prensa. Ni siquiera las connotadas muertes de Laura Pollán, ese mismo año, o de Oswaldo Payá, al siguiente, produjeron tanto revuelo mediático, de lo cual dan cuenta la ¨Nota Informativa del Gobierno Revolucionario¨ (Granma, 10 de mayo, 2011); el artículo a página completa ¨Cuba desprecia la mentira¨, de Freddy Pérez Cabrera (Granma, 12 de mayo, 2011); y el Editorial ¨Fabricar pretextos¨ (Granma, 16 de mayo, 2011); sin hablar de los montajes televisivos, las notas menores y hasta de caricaturas, como propaganda de defensa del asesino al descubierto, como la firmada por Pedro, en portada del Granma del 17 de mayo que contiene un papalote que se eleva con la declaración ¨Mentiras sobre Cuba¨.
Las horas que mediaron entre los golpes y la muerte inevitable por rompimiento del páncreas, fueron suficientes para que el propio Juan Wilfredo pudiese contar lo sucedido, especialmente en las primeras horas de su vía crucis, lo cual produjo huellas difíciles de limpiar, hasta en la red social Twitter. El suicidio de uno de los policías implicados, Alexis Herrera Rodríguez, vecino entonces de Calle 5ta., entre 12 y 14, número 204, en el Reparto Camacho de Santa Clara; se convirtió por si fuese poco en lo que en periodismo suele llamar un zapato de cenicienta.
El asesinato de Soto García fue reivindicado por el propio régimen al no atreverse a procesar a los policías y sacrificarlos, por necesitar de esas fuerzas en aras de mantenerse en el poder. Como consecuencia de todo ello algunos de los testigos referenciales estuvieron dispuestos a exigir aún desde los propios canales que ofrece el propio sistema y solicitaron una investigación imparcial ante sus propias instancias. Se generó tanta presión que aunque no se tratase más que un paripé, la Fiscalía General de la República ordenó a la Fiscalía Provincial de Villa Clara abrir una investigación, y esta nombró a su fiscal Osmel Fleites Cárdenas como uno de los principales investigadores del caso.
Luego de escuchar mi declaración el 8 de septiembre de 2011, como uno de los testigos referenciales de este triste caso, el fiscal Fleites Cárdenas levantó Acta refrendada por ambos y admitió que existian suficientes elementos para abrir un Proceso Investigativo-Penal. Para contribuir a dicho Proceso el 7/octubre/2011 le entregué al propio Fiscal, en la sede de la Fiscalía Provincial de Villa Clara, lista de datos para localizar a otros testigos referenciales también dispuestos a declarar.
Si bien hasta ese punto llegó mi conocimiento acerca de esta investigación, aunque me consta que ninguno de los testigos de la lista que entregué fue llamado a declarar, y aunque nunca más he vuelto a ver al Fiscal; nos encontramos ante un proceso iniciado dentro de la propia isla del cual no habrá que partir de cero el día en que los tribunales no sigan respondiendo al poder político y militar. Se trata de la justicia pujando por abrir su paso aún en medio de la injusticia prevalente. Una justicia que no está movida por la venganza, sino por el saludable proceso de sanear a una nación ya de por si demasiado tiempo enferma. Una justicia que contribuirá como decisivo factor a la anhelada reconciliación nacional, la reconciliación de una nación entera consigo misma, y con valores éticos por demasiado tiempo ignorados o pisoteados, pero que serán los pilares necesarios para sostener por fin a una sociedad saludable, capaz de construir por fin un sistema de libertad, democracia y prosperidad.