En cuanto a las causas de la muerte de Payá concedo a su familia todo el beneficio de la duda. Y todos los detalles que se han ido sucediendo día a día tras tan desafortunado suceso no hacen más que reforzar esta concesión. Resaltándome la incomunicación total de los sobrevivientes con la familia, lo cual evidentemente habría resultado lo más natural del mundo si se hubiese tratado de un verdadero accidente.
Por no hablar de todo lo que sucedió antes, durante décadas, en relación a la vida de Oswaldo; porque a quien nadie debía conceder el beneficio de la duda es a quien tantas veces amenazó e intentó liquidar de diversas maneras una vida tan valiosa, como lo ha hecho con tantos otros, incluyendo al pobre Camilo Cienfuegos a quien por extensión este hecho ha vuelto a traer a colación a la boca del ya incrédulo pueblo como uno de los más macabros precedentes. El propio Payá lo había advertido claramente: «Es un combate definitivo entre el poder de la mentira y el terror por una parte y el espíritu de la liberación por la otra.» El régimen hace tiempo sencillamente ya había realizado un simple cálculo de costo-beneficios con su muerte y ahora lo llevaba a la práctica pudiendo valerse para ello de innumerables estratagemas.
El llamado de atención de Payá en los últimos tiempos respecto a quienes denominaba como la nueva oligarquía, esos que apostados en el poder olfatean ya el impostergable cambio y al estilo de algunas de las experiencias de Europa del Este dan los pasos para llevarse las mejores tajadas del pastel, le debe haber añadido los peores y más pragmáticos enemigos del tiempo presente, y que a medida que transcurre el tiempo se harán más peligrosos todavía. Por no hablar de las reservadas venganzas, recordando que esto no es sino una extensión de aquella negra primavera que comenzó en 2003, especialmente teniendo en cuenta la posibilidad de que este pacífico y cristiano enemigo de Fidel Castro pudiese erigirse con el Nobel. Todo esto sin hablar que en cualquier país donde exista un estado de derecho, si realmente hubiese sido un accidente, ya el responsable de la maltrecha carretera sin señalización habría sido el total culpable sin discusión y habría sido justamente demandado. De modo que dando vueltas a todas las variantes posibles el dedo acusador vuelve vez tras vez a dirigirse al mismo sospechoso cual la brújula al norte.