Al General de Ejército Raúl Castro Ruz
Las víctimas de la mentalidad imperante -como usted lo ha denominado General, en su discurso en el Séptimo Período Ordinario de Sesiones de la VII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular- pululan por doquier. Yo soy una de ellas.
Cuando asistí a una escuela por primera vez con solo cinco años de edad no estaba preparado psicológicamente para enfrentarme en mi primera semana de clases a aquel maestro quien con tono autoritario y amenazador preguntó quién era religioso en el aula. Esa fue la bienvenida que recibí de su sistema educacional. El maestro no era excepción sino regla de aquellos aborrecibles tiempos, su nombre es lo de menos en medio de tanto exceso. Allí me inicié en esta guerra que usted y su gente comenzaron. Aquella fue la ocasión en que negué como el apóstol Pedro pues le confieso avergonzado que no tuve valor para levantar mi mano al descubrir que yo era el único que ya con esa edad me consideraba cristiano dada la profunda educación de mi hogar y de mi iglesia bautista en los primeros pasos de mi infancia. Era 1980. Fue tal el trauma que extraje lecciones para el resto de mi vida y por eso mi Blog Cubano Confesante y el @maritovoz en twitter. Me propuse nunca más negar mi fe cristiana y esa experiencia inicial en una lista de segregaciones in crescendo hasta hoy, me preparó para el resto de mi vida. Allí está mi expediente de primaria manchado a pesar de mis resultados por el simple hecho de pertenecer al mismo tipo de iglesia en que se congregó Frank País. Allá quedó la marginación que sentí en secundaria por negárseme la posibilidad de ser Abanderado del 2000 no obstante mis éxitos académicos.
Hoy debo soportar como pastor, a pesar de reiteradas quejas (17 de septiembre de 2009, 6 de diciembre de 2010) desoídas por el Comité Municipal en Camajuaní del Partido Comunista de Cuba (PCC), que personas como la directora de la secundaria de mi localidad, a pesar de ser testigo constante de las injusticias que contra mí se realizaron, ya que fue una de mis compañeras de grupo en toda la primaria y secundaria, participe de una campaña que pretende conseguir la inasistencia a nuestra iglesia de los estudiantes de su plantel y de sus padres, de lo cual poseo abundantes testimonios; quiero pensar que fue eso lo que aprendió y que no es capaz de generar otro tipo de mentalidad para escapar de la imperante, ella, por cierto, sí fue Abanderada del 2000, parece que aprendió muy bien qué tipo de personas se abanderan y cuáles se segregan en nuestra sociedad.
Gracias a que ya habíamos pasado 1991 pude estudiar en la Universidad pero la única vez que intenté trabajar para el Estado, en el DIVET (Camajuaní), fui desechado al no pasar la investigación que se me advirtió cuando asistí a entrevista y el puesto fue ocupado por un técnico medio poseedor de un carné de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) lo cual me colocaba en desventaja, evidentemente la prioridad no era académica ni profesional sino política, como lo ha sido cada arista de nuestra hastiada sociedad.
Ya siendo pastor mi esposa y yo realizamos el intento de colaborar como profesores en la Universidad Central «Marta Abreu» de las Villas para la carrera de Ciencias de la Información de la cual habíamos sido egresados en La Habana y que recién se había insertado allí, ella aspiraba a realizarlo a tiempo completo y yo en carácter de adjunto. Por supuesto, dada la mentalidad imperante que usted ahora reconoce, la negativa fue pasmosa y a pesar de necesitarse profesores, por lo de la novedad de la carrera, sutilmente fuimos rechazados.
En la última de mis detenciones (26 de junio pasado) uno de mis captores me preguntaba que cómo era que yo había llegado a sostener posiciones tan críticas. Creo que parafraseando a Bécquer la respuesta pudo haber comenzado con: ¿Y tú me lo preguntas? El responsable eres tú. Usando la propia terminología suya General, fue su propia gente la que me fabricó y no el llevado y traído imperialismo, que ahora como usted atinadamente reconoce no constituye el peor enemigo de su sistema. La cara que siempre he tenido de su Revolución es la de un puñado de gánsteres, salvo contadas excepciones, que en mi pueblo han hecho y desecho con la excusa de ser comunistas y revolucionarios.
Jamás he excluido a nadie para la asistencia o membresía de la iglesia, no pocos miembros de su Partido Único y de la UJC han sido objeto amoroso de mi pastorado, y me gozo en ello, pero ahora me encuentro con el fenómeno de que algunos de ellos están amenazados o en proceso de ser expulsados de estas organizaciones por su pertenencia a nuestra iglesia, aún cuando se pretenda realizarlo enmascaradamente, como en el caso de las represalias a la mujer a la que usted hace referencia en su discurso. Otros están decidiendo, de propia voluntad, abandonar nuestra congregación, no porque allí se hayan sentido irrespetados, sino para evitar posibles represalias contra ellos, conscientes de la mentalidad imperante que prefieren evadir en vez de enfrentar.
Hoy el aire de nuestra comunidad está caldeado por causa de personeros que dicen representarlo a usted. Con el mayor descaro visitan las casas de miembros de la iglesia para exhortarles a que no asistan más o tratan de reclutarles como colaboradores para que me vigilen y sigan cada paso. No escatiman para ello ningún tipo de manipulación, chantaje o amenaza. Pisotean la Carta Magna cual si fuera un trapo y se comportan con total impunidad.
Concuerdo con usted en que son portadores de conceptos obsoletos, por demás contrarios a la legalidad, todavía enraizados en la mentalidad de no pocos dirigentes en todos los niveles. Ellos constantemente cometen flagrantes violaciones de nuestros derechos ciudadanos refrendados en la Constitución de la República y antes aún en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Puede ser como usted dice que sus actitudes estén basadas en una mentalidad arcaica, alimentada por la simulación y el oportunismo, pero con todo respeto General, ha esperado demasiado tiempo para revisar toda esta visión estrecha y excluyente de que están permeados ciertos sectores de la sociedad cubana.
Pero oiga bien General, no me malinterprete, cuando pienso en cada uno de esos supuestos mandatados no les miro con rencor ni suponga que me dirijo a usted para que ejecute su amenaza hecha pública de comenzar a llevarlos a los tribunales ya que como usted ha reconocido por fin todos los cubanos, sin excepción, somos iguales ante la ley. Sepa que estoy dispuesto un día a sentarme a celebrar con ellos, como manifestó Martí respecto a los españoles en el Manifiesto de Montecristi, el día en que los cambios en esta nación dejen de ser reformas cosméticas como las que usted propone y les facilite a ellos un cambio de actitud; el día que se deje de barrer bajo la alfombra y se construya de veras la patria con la que soñó el Maestro, con todos y para el bien de todos.
Con todo respeto General, no conseguirá nada aleccionando a personeros que no están haciendo sino lo que ustedes durante décadas les enseñaron y ordenaron. Humillando ahora a sus sabuesos no conseguirá nada. Si de veras quiere que desaparezca esa mentalidad imperante comience reconociendo su propia responsabilidad como cúpula gobernante en generarla. El reconocimiento de lo que usted llama errores tiene que comenzar por ustedes, hasta ahora impunes e intocables, a pesar de que supongo que usted y su hermano se estén incluyendo en esa frase suya de que todos los cubanos, sin excepción, somos iguales ante la ley.
Con todo respeto -quiero que sepa que yo también oro a Dios por el perdón de sus pecados y para que vivamos en nuestra Patria quieta y reposadamente- sus personeros también han sido víctimas de esa mentalidad imperante que ahora usted ataca tratando de cambiar un estado de opinión internacional muy desfavorable a su sistema obtuso. El verdadero error de ellos ha sido obedecerles ciegamente. Con todo respeto General, esa mentalidad imperante, ese pensamiento único que nos ha cercenado como nación en estas más de cinco décadas no es otra que la que ustedes propiciaron. ¡No divague más y comience aceptando su propia responsabilidad!
Pbro. Mario Félix Lleonart