Por: Yoaxis Marcheco Suárez
Las declaraciones hechas a la prensa internacional por el Papa Benedicto XVI, esperado visitante que pisa nuestro suelo cubano desde hace apenas unas horas, subieron un poco mis niveles de esperanza con respecto a lo que el líder político y religioso puede hacer con su incidencia por nuestro país. No es que espere que su presencia entre nosotros vaya a cambiar el curso de la historia, pero al menos sí contribuir con la verdad de nuestra realidad.
Espero un poco más del máximo representante de la Iglesia Católica Romana, no un discurso político, pero sí el reclamo directo a los gobernantes cubanos de respetar los derechos humanos y civiles tan vejados en Cuba. En la tarde de ayer, en Santiago de Cuba, tanto el arzobispo Dionisio García Ibañez como el Papa hicieron alusión a la intolerancia y un llamado a la comprensión y reconciliación de los cubanos, pero es necesario advertir, que reconciliación es respeto, es silencio y oído ante la voz diferente, es convivir en paz sin tener que dar cuentas al poder por nuestra ideología o pensamiento políticos.
Espero del Papa que mencione el hecho triste y vergonzoso de que muchos cubanos y cubanas, entre ellos católicos practicantes y reconocidos como el laico Dagoberto Valdés no podrán participar de ninguna de sus misas porque permanecen represaliados y detenidos en sus casas o tras calabozos, con sus móviles silenciados y sin medio de comunicación alguno.
Que la mentira de este régimen totalitario y nefasto quede a la luz ante el pueblo cubano y ante el mundo debería ser parte importante de la agenda papal. Que se le haga justicia a los marginados políticos, a las voces que se alzan contrarias a la dictadura y a los cubanos que dentro y fuera del país promueven los derechos de nuestra raza humana, es esencial. Como cristiana evangélica y protestante, sé que la voz de Dios es mi voz porque me he apropiado de ella y la voz de Dios es la de los humildes, los pobres, los desprotegidos, es a ellos a quienes debo defender, soy parte de ellos. Espero que Benedicto XVI también lo haga en esta oportunidad y que pida, sin sutilezas, ni ambigüedades que cesen los actos de repudio, el atropello a los disidentes, las detenciones arbitrarias, el irrespeto a las ideas y que deje bien claro, que una Cuba con todos y para el bien de todos, sería una Cuba incluyente y no lo contrario.
Dios no es propiedad privada de los revolucionarios, El sí es de todos y para el beneficio de todos. Espero entonces que Benedicto XVI no deje de plantear esa verdad y que su voz pueda impactar a la nación con su fuerte convocatoria a la concordia, el amor, la reconciliación y la unidad entre todos los nacidos en la isla. Ya de hecho coincido plenamente con él en la necesidad de “construir una sociedad abierta y renovada” que se interese por “las legítimas aspiraciones de todos los cubanos donde quiera que se encuentren”.