En el 2003 Oswaldo José Payá Sardiñas recibiría la mayor embestida de la tiranía que antecediera a esta otra bien calculada y definitiva del 2012. Aún sin encontrarse en la lista de los encarcelados fue la mayor victima de la llamada Primavera Negra de Cuba. La mayor parte de los afectados en aquella cacería de brujas, al menos unos cincuenta, estaban involucrados en la recolección de firmas del Proyecto opositor liderado por él, el Varela, que fue capaz de golpear a Fidel Castro como no lo había logrado hasta ese momento ningún otro proyecto de oposición, al punto de obligarle a reformar una constitución en la que solo la genialidad de Oswaldo pudo encontrar grietas. El hecho de que le dejaran fuera del bien calculado operativo procuraba para el gran estratega pacífico una afrenta ignominiosa. El claro objetivo era desmoralizarle y generar por añadidura divisiones y murmuraciones que en algunos casos ocurrieron, si bien la mayoría no se dejó engañar y no cayó en la trampa.
Mientras los presos estrenaban las celdas de castigo a cientos de kilómetros de sus lugares de residencia el régimen publicó uno de sus típicos libelos, esta vez denominado «Los Disidentes», en el cual es posible encontrar a Payá en la boca injuriosa de cada uno de los entrevistados, a la vez que se incluyen documentos perniciosamente seleccionados intentando distorsionar su imagen, o alimentar las divisiones ya infundadas. Uno de los ataques más grotescos en dicha publicación fue colocar malintencionadamente fotos familiares de Payá que lo muestran mientras compartía sanamente en una playa con su familia cual si esto fuese un pecado que él no pudiese permitirse. Dos páginas con dicha secuencia de fotos estaban dirigidas como un puñal a familiares de victimas directas de la Primavera que tenían muy frescas las heridas del encarcelamiento de sus seres queridos, el mensaje era claro: Payá disfruta en la playa mientras sus familiares se pudren en las prisiones. Se cumplía así con el siniestro objetivo de generar celos y desconfianzas, así como provocar cuestionamientos en una población que ya comenzaba a dominar el nombre de Payá. Los familiares y los propios presos hoy testifican cuanta agonía provocó a Oswaldo el apresamiento de sus amigos, sus constantes viajes a lo largo de toda la isla visitando a sus familias, sus llamadas y cartas. Independientemente de todos los rumores y campañas de difamación articuladas por el régimen podríamos afirmar categóricamente que si hubiese estado en manos del líder él habría cambiado su status, y aún habría dado su vida por las de los condenados. La sentencia de permanecer en «libertad» mientras el resto estaba encarcelado era la mayor tortura que podía infringirse a alguien de la calidad humana de Payá.
Durante los funerales de Oswaldo, Librado Linares, un ex-preso del grupo de los setenta y cinco me declaró cual si pensase en voz alta y esta fuera la conclusión a la que llegara tras una profunda meditación: – «Mira para cuando se la habían guardado a Payá». Y las palabras de esta victima directa de aquella primavera, uno de los que había recolectado firmas para el Proyecto Varela, incluso mi firma, me hicieron reflexionar intensamente. Las sospechosas muertes que antecedieron la de Payá, y que ya hacían pensar en el modus operandi puesto en marcha de asesinatos selectivos y extrajudiciales, de los que estoy plenamente convencido, me hacían reflexionar en lo macabro de los procedimientos de este régimen que no dudo en calificar como de terror; pero la manera como actuaron contra Payá, no solo durante su muerte y los oscuros días que la han sucedido, sino a lo largo de todo su activismo político, constituyen una muestra fehaciente de los excesos a los que es capaz de llegar una bestia como la que se ha apoderado de Cuba por más de cincuenta años, confluencia de lo más turbio y gansteril de toda la época republicana.