Era yo una adolescente de dieciséis años y cursaba el onceno grado, me placía estudiar y esforzarme para lograr buenas calificaciones, cercana estaba la universidad y necesitaba, además de un buen escalafón, estar avalada por el Partido Comunista del centro donde estudiaba, la Juventud, la Federación de Estudiantes de Enseñanza Media y muy al final, el claustro de profesores que me enseñaba las diferentes materias. Para alcanzar este aval los estudiantes debíamos participar en todas las actividades de corte “político”, cultural, trabajos voluntarios, escuelas al campo, y cuanto acto o desfile se organizara, muy importante era la participación en las multitudinarias marchas del Primero de mayo, Día Internacional de los Trabajadores y los Domingos de la Defensa, día que se dedicaba a la preparación o entrenamiento de los adolescentes para que supieran defenderse en caso de guerra y estuvieran listos para luchar por la patria y las conquistas del Socialismo.
Entre las tantas asignaturas que se nos impartían, había una que fatídicamente siempre bajaba mi promedio, se llamaba “Preparación Militar Integral”, aunque los muchachos la nombrábamos por sus siglas, PMI. Nunca tuve talento para los asuntos militares, me arrastraba mal por la tierra o por el lodo, era siempre la última en vencer los obstáculos que nos plantaban en el camino, si lograba desarmar bien la ametralladora que nos servía de conejillo de indias, luego no había forma humana de colocar cada pieza en el sitio exacto donde iba, eso sin contar que me resultaba casi imposible memorizar toda la teoría que de esta asignatura recibíamos. Parecíamos verdaderos soldaditos de plomo mientras marchábamos, creo que era el ejercicio que realizábamos mejor, lo hacíamos al ritmo de una rima que nos había enseñado el profesor, yo me reía escuchándola y no la repetía porque decía una mala palabra: “un, dos, tres, cuatro, comiendo m… y gastando zapato”. Al terminar siempre decíamos el lema de nuestra clase que acababa con la frase: “Listos para la defensa”, pero estábamos seguros de que aquel ejército de juveniles no estaba listo para enfrentar guerra alguna y por otro lado inconscientemente veíamos muy remota la posibilidad de que esta ocurriera.
Otro de los requisitos que también se medían en el aval era la participación en concursos, como me gustaba estudiar, especialmente las asignaturas relacionadas con las cátedras de Humanidades, no me resultaba difícil cumplir con este punto del aval, participaba en cuanto concurso podía, de Historia de Cuba, de Español y Literatura y hasta de Filosofía Marxista. Fue precisamente en un Concurso Municipal que conocí al profesor de Marxismo más extraño que recuerde. Estuve toda una semana preparándome para concursar, tenía un largo panfleto que memorizaba de punta a cabo, entre las preguntas del cuestionario habían algunas relacionadas con la aplicación del Marxismo en nuestro contexto socialista y comunista, recuerdo cómo ensayaba de veces las respuestas hasta lograr el tono emotivo que deseaba para impresionar al jurado del concurso, la mayoría de las veces funcionaba, pero para mi asombro aquel día no ocurrió así, sino que por el contrario quedé turbada y confundida durante un tiempo.
En aquella ocasión el jurado del concurso solo tenía un integrante, un profesor de Marxismo de mediana edad que sentado detrás de una mesa engalanada con mantel blanco y una jarra llena de flores rojas, me explicó que los demás profesores estaban enfrentando situaciones personales y para no retrasar la fecha del concurso habían acordado que él escucharía y valoraría a los concursantes. Me sentí algo aliviada, este jurado con un solo miembro iba a resultar pan comido para mí. Expuse todo el panfleto que días antes había aprendido de memoria y cuando concluí, tan emocionada que casi esperaba aplausos y felicitaciones, el maestro me miró fijo, con ojos escrutadores y me dijo: Entre las tantas cosas que has dicho, solo una me llama la atención y por eso quisiera preguntarte al respecto, dices que las calles y las plazas en Cuba solo pertenecen a los revolucionarios, ¿no sería mejor que pertenecieran a todos los cubanos? Traté de defenderme, estaba en juego el resultado de mi concurso: no, le repliqué, este país ha sido conquistado por los revolucionarios y solo ellos tienen derecho a caminar por sus calles y hablar en sus plazas. El profesor seguía cada uno de mis gestos con sus ojos, hasta que preguntó nuevamente: ¿y que le harías tú a un cubano que declarara en las calles y en las plazas no ser revolucionario y expusiera claramente sus razones? No sé a dónde fueron a parar mis ideas, aquella pregunta no estaba incluida en el panfleto que había memorizado, tampoco la respuesta, quedé callada, durante unos segundos el silencio nos permeó a los dos, hasta que el maestro me dijo: Debemos aprender a respetar a nuestros conciudadanos y debemos aprender también a compartir nuestras calles y plazas, ten siempre presente que Cuba es de todos los cubanos.
Aquel día de concurso fue muy inusual, no gané como estaba acostumbrada, pero aunque nunca supe cuáles eran las ideas del maestro, sus palabras me calaron profundo, a veces pienso que aquel ser disfrazado de profesor era un ángel que Jehová había enviado para ayudarme a reflexionar sobre la realidad de mi país y en el derecho que tenemos todos de participar en la construcción de nuestra sociedad. Este hombre se arriesgó mucho al hablarme de esta manera, pude haberme quejado con otros profesores o funcionarios de mi escuela, pero no lo hice, por el contrario cada vez que veía un desfile o escuchaba a un orador en las tribunas, recordaba sus palabras. Sí, hoy estoy segura que las calles y las plazas tienen que necesariamente ser de todos los cubanos y cubanas honestos de este país, y que el tono monocromático con que se han pintado debe cambiar por los tonos diversos de la libertad y la democracia. Culminé el preuniversitario y fui avalada para entrar a la Universidad, pero solo hoy me siento avalada por la dignidad, mi lenguaje ha cambiado y mi decisión de expresar mis deseos de vivir una Cuba diferente y más plena que esta que nos han fabricado los comunistas y su dictadura, es a cada momento más firme e irrevocable.
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