En nuestras treinta preguntas formuladas en 2013 referidas a evidentes violaciones a la libertad religiosa en Cuba: http://cubanoconfesante.com/?p=733, la número 21 aborda el problema del otorgamiento de visas religiosas. No resulta simple conseguir este tipo de visa para cualquier hermano en el mundo que desee visitar a Cuba con el fin de participar activamente en cualquier culto. Quienes las soliciten deberán ser los anfitriones en Cuba, generalmente homólogos del invitado dentro de la isla. En todos los casos, deberán cumplirse las condiciones de Caridad Diego Bello, Jefa de Atención a los Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista, y que ella resume muy bien en su frase a los líderes religiosos que se lo solicitan: «Si te portas bien», lo cual se traduce en, al menos, no rosar ni con el petalo de una rosa al poder político adueñado de todo en la isla y cuyos asuntos son los que ella realmente representa. De quienes no han logrado legalizar su status, o sea, los que no están reconocidos por el Registro de Asociaciones del Ministerio de Justicia ni soñar con invitar a alguien.
Hay casos emblemáticos como el del reconocido evangelista internacional Alberto Motessi a quien ha sido negada cuatro veces este tipo especial de visa, a pesar de que la última vez tomaron común acuerdo para solicitarlo cuatro denominaciones evangélicas con el privilegio de encontrarse legalmente registradas. Pero aquellos que logran conseguir tal permiso especial no deberán apresurarse en cantar victoria. Por el contrario, deberán venir dispuestos a no traspasar las reglas del juego con las que su anfitrión en Cuba ha quedado comprometido con el poder polîtico. Las limitaciones en cuanto al tiempo u espacios a visitar son extremas y serán verificadas a través de diversos mecanismos dispuestos para ello. En el caso de mi denominación, por ejemplo, esto es algo tan sencillo como la advertencia de: «No se le ocurra ni acercarse al pastor fulano de tal», de lo cual en lo personal podría contar decenas de penosas anecdotas.
De esto ni siquiera escapan las visitas papales, por el contrario. Nadie tiene dudas acerca del papel de la jerarquía católica en colocar barreras al papel que pudo ejercer Benedicto XVI en consonancia a las ansias de libertad de un pueblo esclavo, y que por ende resultó en beneficios al régimen (aquí muchos como yo más bien todavía estamos denunciando, hayando oídos sordos hasta en el Vaticano, la ola represiva desatada entonces), muy diferente al legado de Juan Pablo II. Es la razón por la que poco espera el pueblo, y si mucho el régimen, de la cercana visita del papa Francisco. Resulta obvio que ya todo al respecto está cuadrado entre los poderes político y religioso con sus bochornosos concordatos habituales.