Tuve que llegar casi a los cuarenta para volverme a reencontrar con aquellos dos amigos de mi infancia que tanto me hicieron reír. Cotidianos en los muñes, día a día durante mis primeros doce años de vida, a fines de los ´80 desaparecieron de repente de nuestras pequeñas pantallas sin que se nos diera explicación. No podían decirnos la verdad.
No nos dijeron que era porque en Polonia se habían despojado para siempre de la peste del comunismo autoritario y que por eso había que romper hasta con Bolet y Lolet. Que esta gran nación nunca aceptó de veras un sistema impuesto por los soviéticos. Que el 85% de las tierras polacas nunca dejaron de ser privadas porque los campesinos no admitieron el sistema de los koljoses rusos. Que la iglesia, a pesar de todo el esfuerzo del ateísmo feroz, mantuvo inquebrantable su influencia, al punto de que aportó en esos duros tiempos un Papa polaco.
Siempre se callaron que Stalin cometió el pecado de lesa humanidad de aprovecharse de la destrucción que el nazismo, con su anuencia, provocó a este pueblo, y así satisfacer su insaciable sed imperialista. Nos ocultaron el nefasto crimen de Katín. Silenciaron la vergüenza de agosto de 1944 cuando las tropas soviéticas ya estaban del otro lado del río Vístula donde recibieron órdenes de esperar mientras Hitler asesinaba a doscientos mil polacos que se atrevieron a realizar del otro lado el levantamiento de Varsovia; sin dudas los polacos esperaban la intervención de aquellas tropas que no cruzaron pues Stalin prefería la masacre. Siempre nos contaron la historia desde el punto de vista de los manuales de Moscú haciéndonos creer que los soviets fueron los salvadores de los polacos y que por tanto estos les debían honor y pleitesía. Nos engañaron al ocultarnos que realmente en el esfuerzo bélico de los aliados Polonia tuvo el cuarto lugar, antes que Francia, después de Inglaterra, Estados Unidos y Rusia, pero que no pudo participar en el desfile de los vencedores, porque la convirtieron en satélite de la URSS.
No nos dijeron que tanto en 1956 como en 1970 el ejército abrió fuego contra los obreros sublevados. Nunca nos explicaron la contradicción histórica de por qué eran precisamente los trabajadores quienes más deseaban librarse del gobierno «proletario». No dijeron la verdad acerca de las protestas del ´68 en las universidades, como tampoco ahora la dicen sobre las que ocurren en los recintos Caracas. Tampoco admitieron en ese mismo año la campaña antijudía propulsada por sus amigos del Partido Obrero Unificado Polaco. Del Movimiento Solidaridad y de Lech Walesa nos decían lo mismo que ahora dicen al pueblo acerca de los opositores políticos y activistas de la sociedad civil cubana, que eran mercenarios e impostores. Mintieron acerca del innegable auge de Solidaridad y en la prensa oficial se llegó a afirmar que ese movimiento de alborotadores estaba totalmente sofocado. Cuando tan burdamente fue asesinado el sacerdote Jercy Popieluzco por órdenes de la seguridad del Estado polaca en el ´84, no dijeron una palabra y a duras penas tuvimos que enterarnos por emisoras internacionales de la onda corta.
Por estas y otras realidades que confirmé en mi viaje a Polonia sentí tanta emoción cuando se produjo el reencuentro ante la vidriera de una librería en el centro de Varsovia. Tal vez los transeúntes que pasaron junto a mí tomaran por loco a este treintañero que se detuvo unos instantes, absorto como ante una visión, frente a un poster de Bolet y Lolet. Nadie habría entendido que tenía lugar un reencuentro que sanaba traumas de mi infancia al entender después de tantos años las verdaderas razones del por qué deportaron aquellos inocentes dibujos animados. Quizás solo Umberto Eco y su semiótica, en sus teorías sobre el significado y el significante de los símbolos y signos, posean la respuesta de lo que me ocurrió. Yo solo sé que me reencontré con Bolet y Lolet, y también por qué no, conmigo mismo.