En vano busco en la mente el nombre de mi amiguito preferido cuando estábamos en preescolar y primer grado, el paso de los años lo ha borrado totalmente. Era el niño más alto del aula y se sentaba en el pupitre que estaba al lado del mío, compartía alegremente conmigo sus meriendas y le sacaba puntas a mi lápiz cuando esta se partía. Nos reíamos juntos en el recreo y corríamos uno detrás del otro jugando a los agarrados. Posiblemente fue el mejor amigo que tuve en esos dos años de la infancia. La presencia de mi compañerito de clases cada mañana era parte importante de mi cotidianidad de niña y me hacía sentir plenamente dichosa, diría que feliz, en mi mente infantil no aparecía ni la más remota posibilidad de que algún día aquel niño pudiera desaparecer de mi vida de tal manera que nunca más, hasta los días de hoy, le he vuelto a ver.