Este domingo 25 fue el Día Mundial de Oración por la Capellanía Carcelaria. Lo tuvimos en cuenta en nuestra iglesia y en mi oración, tal y cual declaré en Twitter (@maritovoz): «Hoy Día Mundial de Oración por Capellanía Carcelaria Dios bendiga a los q acompañan a presos como a Jesús mismo». Y es que lo que no debe olvidar ningún capellán –por no decir ningún cristiano- es que cuando ejerce el ministerio de misericordia, debe hacerlo como si lo hiciera al mismo Cristo, tal y cual este nos pidió en un pasaje tan emblemático como Mateo 25.
Como ya se reveló en Cubano Confesante, el 19 de diciembre de 2012 fueron celebrados por vez primera servicios evangélicos en las principales prisiones de Villa Clara. Hasta ese momento solo sacerdotes católicos del poblado de Santo Domingo tenían ese privilegio hasta entonces cada tercer miércoles de mes en la Prisión de Manacas. En cualquier país normal del mundo la asistencia religiosa es un derecho no solo en las prisiones sino también en planteles de salud o incluso en el ejército. Por eso me alegré de aunque en Cuba parecen distar las capillas y capellanes a tiempo completo en cada una de estas áreas ya al menos ganamos ese paso. Lo triste, como también revelé es que este primer escalón está bastante incompleto ya que, ni cualquier capellán puede ejercer el servicio, ni cualquier preso puede recibirlo. Esta concesión, se sabe, se ha hecho, como la mayoría de todos los cambios cosméticos que tienen lugar en el país, no pensando en los presos y mucho menos en la misericordia, sino en la imagen tan dañada de este régimen en sus más de cincuenta años de extorsiones.
Yo, que soy uno de esos capellanes que no puedo celebrar servicios religiosos en las prisiones, y mucho menos asistencia personal a prisioneros de manera programada y legal; no dejo de hacerlo aunque no de la manera más idónea, aprovechando espacios en las visitas familiares de algunos reos que me lo solicitan previamente. El pasado 13 de agosto cuando realicé la visita más reciente en que encontré al anciano Miguel Díaz Bauza, no me extrañó la algazara que se formó en el lugar cuando uno de los guardias descubrió en manos de una niña que formaba parte de los visitantes de Díaz Bauza un sencillo folletico evangélico de algunos que yo había regalado a su tío. Reconocí que yo mismo se lo había entregado y les reté a demostrarme que en dicha literatura había algo digno del alboroto que armaron para conocimiento de todo el plantel donde se realizaba la visita. A pesar de todo no devolvieron la temida literatura a la niña. Pero entiendo, entiendo que le tengan tanto miedo a un evangelio del que intentan sacar algún provecho pero al que en el fondo temen pues la experiencia de dos milenios enseña que este «libera de todo lo que oprime y agobia».