Si bien llegué a Argentina con el prejuicio de que la idea predominante sobre el Ché Guevara sería la romántica y absurda de ese mítico héroe inexistente, y no la versión del verdugo y asesino que conoció Cuba en La Cabaña; no puedo negar que me sorprendí al descubrir que estaba en un error. Y lo descubrí nada menos que en Rosario, su ciudad de nacimiento.
La primer sorpresa fue la de encontrar que en su casa natal radica una compañía de seguros, y no cualquiera, nada menos que MAPFRE, la multinacional española dedicada al sector del seguro y reaseguro, con presencia en 49 países y cuyas acciones cotizan en las bolsas de Madrid y Barcelona. De la memoria del nacimiento del Ché solo se encuentra la indicación en la acera, porque ahora esa propiedad se encuentra dominada totalmente por el capitalismo. Podía entender que hasta en Santa Clara, Cuba, el guerrillero argentino se haya convertido en una mercancía de venta para los turistas, pero lo que no me pasaba por la mente era que en su propia cuna ahora dominase el sistema que él tanto combatió.
Pero mi mayor sorpresa fue que, durante los días que pasé en Rosario, a apenas unas cuadras de allí, en un parque donde se le rinde memoria, sobre la imagen del Ché habían lanzado pintura, y en la parte inferior un inmenso grafitti de los anarquistas declaraba: «El Ché está muerto». Y a nadie parecía importarle.