La respuesta no se hizo esperar al artículo: http://www.14ymedio.com/opinion/Taguayabon-conjuro-gitana publicado por 14ymedio el 30 de junio. Tan pronto como entre horas del mediodía y tarde de 1 de julio fue sustituido el viejo poste eléctrico partido a ras del suelo por uno nuevo, evitándose así un suceso no accidental, sino fruto de la desidia, que hubiese ocasionado quien sabe cuánto perjuicio. Esta vez 14ymedio no tendrá que publicar la noticia fatal. Su periodismo resultó profiláctico y marcó la diferencia.
Ninguno de los medios oficiales, ni siquiera el semanario provincial “Vanguardia”, ha hecho tanto por ciudadanos o pueblo sin voz como el de Taguayabón, como lo ha hecho 14ymedio. Ya en otra ocasión se denunció en sus páginas la injusticia que se cometía con la maestra de primer grado en el artículo “Más Rosas y menos espinas” 14ymedio.com/opinion/Rosas-espinas que también gracias a su publicación encontró rápida solución.
Esperemos ahora que la inmensa gama de problemas a los que se hace alusión en el mismo escrito encuentren respuesta. Ahora los taguayabonenses podemos pensar que tal vez el embrujo de la gitana por fin empiece a revertirse, porque si bien es cierto que no tenemos a un José Ramón Machado Ventura en el Comité Central del Partido Comunista de Cuba, sí tenemos como toda la nación cubana, a 14ymedio. He aquí el artículo tal y cual publicó 14ymedio «Taguayabón y el conjuro de la gitana»:
Cuenta la leyenda que desde el momento en el que una gitana fue expulsada del pueblo y lo maldijo, el sitio no ha vuelto a tener bonanza. A solo 12 kilómetros de San Juan de los Remedios, que recién celebró con algazara sus 500 años, el poblado de Taguayabón no sabe siquiera cuántos años tiene de creado. Antes de la llegada de los conquistadores era un asentamiento de aborígenes, a quienes debe el nombre que ha conservado hasta el día de hoy. En el momento en el que la villa más cercana se fundó, ya Taguayabón estaba allí.
Cuando a los demonios, los corsarios y los piratas les dio por asolar Remedios, la ubicación de Taguayabón, a 12 kilómetros de tierra adentro, podía hacer la diferencia entre la vida y la muerte. Los más inseguros pasaron a radicarse aquí, aunque solo fuese para tomarlo como un caserío de paso antes de continuar para fundar otros poblados que llegaron a tener mejor futuro, entre ellos Camajuaní y la propia Santa Clara. A este vecindario lo más que le llegaron a declarar fue como corral.
Llama la atención el contraste de esta olvidada comunidad y la tan cercana villa recién remozada por su quinto centenario. Sobre todo dada la localización de este pueblo en la carretera principal, por donde pasan los turistas que van al aeropuerto Abel Santamaría o quienes viajan desde la cabecera provincial hacia la villa remediana o a la cayería norte. Quizás sea por ello que se prepare ahora una vía aislada, para que las indiscretas miradas o lentes de las cámaras de los visitantes no se encuentren a su paso con panoramas desolados como este.
Si se transita por la calle principal, llamada Rivadeneira en honor a un capitán mambí, se perderá la cuenta de tanto bache en el camino. Si el paseo se realiza en la mañana, el transeúnte deberá llevar botas altas por lo que parecerían ser constantes manantiales pero que no son otra cosa que los millares de salideros por los que se escapa el agua que envían desde el acueducto.
Taguayabón ni siquiera ha tenido la fortuna de que le naciese un influyente hijo, como sí es el caso de la vecina comunidad de San Antonio de las Vueltas, apartada de la carretera, pero con la dicha de tener entre sus hijos al influyente José Ramón Machado Ventura, vicepresidente del Consejo de Estado y segundo secretario del Partido Comunista.
Con un hijo ilustre de esa naturaleza, el poblado vecino ha visto reducir de vez en vez algunos de sus baches, pero el asentamiento de nombre indígena parece no tener escapatoria al conjuro de la gitana. Cuando algo nuevo se realiza o se ejecuta, no es más que un parche o remedo como el del triste bulevar que construyeron hace una década. El verdadero motivo para convertir aquel tramo de calle en un paso peatonal era evitar el paso de carros sobre el puente roto, para que no terminara por caerse. Ni siquiera los niños poseen el escape de su otrora parquecito que ahora no es más que un cementerio de chatarras peligrosas donde más de un infante se ha abierto alguna herida que ha costado trabajo suturarle.
El último mal agüero que denuncia el poblado se ubica en la esquina principal, por donde pasan quienes transitan por la carretera entre el aeropuerto y los cayos. Justo por donde hace pocos días cruzaron los ilustres visitantes que desde la capital arribaron a Remedios para su quinto centenario. Allí, un viejo poste de madera, colocado quizás desde la época de Gerardo Machado, un día amaneció roto a ras de suelo y solo permanece sostenido por los diversos cables telefónicos y eléctricos que debía soportar.
La imagen de aquel colgajo ha traído como entretenimiento de muchos apostar sobre cuándo caerá definitivamente y de qué magnitud podría ser la desgracia que ocasione. Como una ruleta rusa, el maltrecho tronco amenaza con desplomarse en cualquier minuto.
Estamos tan habituados en Taguayabón a la desidia y el abandono que casi nadie se atreve a apostar que será la empresa eléctrica la que traerá un nuevo poste para sustituirlo. El conjuro de la gitana no deja espacio para vaticinios optimistas en esta tierra de nombre indígena y fecha de fundación desconocida.