Este 2 de julio se cumplió ya el segundo aniversario de la muerte de Tomás Leopoldo Manso Alfonso. Nació el 30 de septiembre de 1941 y murió inesperadamente de un infarto al corazón al mediodía del 2 de julio de 2010 dejando un vacío insustituible en Taguayabón, pueblo en el que se radicó desde 1978 y al que dedicó su arte con el mismo empeño que si lo estuviera haciendo en Nueva York.
En los últimos meses de su vida coincidimos en la rutina diaria de compartir el café de la mañana en casa de una amiga común y en este rito, casi tan importante para un cubano como lo es el té de las tres para un inglés, Tomás me adoptó como guía espiritual y relató sus más profundos traumas y anhelos. En el número 51 de la revista folclórica Signos, correspondiente al 2005, y dedicada a los Oficios en Cuba publiqué mi colaboración “El hábito hace al monje, y el oficio, a Taguayabón” en la que bajo el subtítulo “Tomás Manso Alfonso, nuestro carrocero”, páginas 65 y 66, este ser humano original recibiría uno de los pocos homenajes que se le hayan hecho en vida y que él mucho agradeció.
El hecho de haber sido alfabetizador precisamente en el Escambray durante los días duros de los años ’60, cuando cubanos derramaban la sangre de cubanos, le convirtió en testigo de crímenes por parte del régimen cubano que nunca pudo olvidar. Las escenas de los paredones al que lo obligaban a asistir constituyó un drama horrendo que le acompañó por el resto de sus días. Todavía le parecía oír el grito de ¡Viva Cristo Rey! de quienes iban a morir entre los que recordaba a adolescentes, por no decir niños. Tomás no encontró otro modo de evadir esos fantasmas que recluyéndose en el arte, y Taguayabón tuvo la bendición de ser el taller en que lo realizara. Gracias a ello las penurias de un pueblo como este, internado en la Cuba profunda, se hicieron menos y dio a su gente motivos de reír y de soñar. Probablemente la mayor parte de sus pobladores jamás conozca Broadway, ni siquiera él pudo, pero ello no era motivo como para no traerlo a los taguayabonenses.
Los censores, que siempre fueron sombras detrás de sus proyectos, y que conocían muy bien estos detalles, realizaron un chapucero intento de impedir, contrario a la voluntad de su familia y de El Gavilán, Barrio parrandero al que pertenecía, que fuese yo quien tuviese las últimas palabras en el cementerio de San Antonio de las Vueltas, la mañana del 3 de julio, antes de su sepultura. No lo lograron, y como homenaje, a nombre de todo Taguayabón, a dos años de su pesada ausencia, el blog Cubano Confesante cuelga un video que le dedicara su Barrio El Gavilán y que fuera públicamente expuesto en las parrandas de 2010, dedicadas a la memoria de Tomás, así como la grabación integra de las dos despedidas de duelo que tuvo Tomas antes de ser sepultado: la de un agente retirado de la Seguridad del Estado que fungió durante muchos años como jefe de estos órganos en Caibarién, y las mías que no pudo impedir en su maniobra.