Lo peor no son los salideros constantes en Taguayabón cuando ponen el agua. Ni la ausencia de esta porque no hay cloro, se rompe la turbina, o se seca el pozo por la sequía. Lo peor no son las destartaladas calles, si se les pudiese llamar calles. Ni el peligroso parquecito infantil con su ruina de chatarras, aunque nos disminuya tanto la tan necesaria risa de los niños. Tampoco el desabastecimiento de alimentos, muchas veces de productos elementales: cuando llegan los huevos a la bodega se arma una verdadera fiesta, con sus broncas incluidas. Tampoco es lo peor el hedor a heces de cerdo por la abundancia de corrales sin requerimientos higiénicos.
Ni siquiera lo peor resulta la abundancia de informantes (popularmente conocidos como chivatos); ya en esto tenemos vergonzosa y larga data: Ramiro Guerra solo menciona el nombre Taguayabón en su famosa «Guerra de los díez años» para destacar el enorme número de voluntarios que aportamos al ejército español; y Katiuska Blanco solo para contarnos que por nuestros predios Don Ángel Castro fulminaba mambises. Tampoco, contrastando con esta abundancia de chivatos, ni siquiera resulta lo más triste la ausencia de insectos felices que en otros tiempos nos alegraban en una zona cuyo nombre precisamente significa «tierra donde abundan las mariposas» y que ahora resulta un toponímico sin sentido.
Tampoco constituyen lo peor los elevados índices de delincuencia o las inmoralidades de todo tipo siempre a la orden del día. Tampoco la corrupción, generalizada por todo el país, de los pocos organismos estatales que tienen presencia en el lugar. Tampoco que ya no tengamos correo postal, como antaño, ni que su local, que todavía conserva el buzón como objeto museable, sea usado en sus operativos por la policía política, dueña de todo, con la misma impunidad con la que usan la Escogida de Tabaco, la panadería, la casa del teléfono comunitario, o las recién concluidas oficinas de la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS); todas contiguas a la iglesia bautista, la única institución que a duras penas les sobrevive independiente todavía.
Dado que la vida humana constituye el más preciado de los dones lo peor por estos días consiste en el ambiente caldeado que tenemos en un pueblucho donde por lo menos la tranquilidad fue patrimonio de los lugareños, desde la época en que se fundó por remedianos que se sentían más seguros de las invasiones de piratas. En los últimos tiempos han aumentado las noticias de suicidios y de reyertas violentas donde la desesperación de los habitantes hace volverse a unos contra otros. En mi caso particular mi experiencia actual es que de pronto, aunque me considero un ciudadano pacífico, y promotor de la NoViolencia como método de lucha para resolver los problemas, se me han multiplicado los enemigos. Sin portar armas y sin conocer ningún modo de defensa personal resulta que vivo con la tensión de que en cualquier momento o lugar de mi otrora tranquilo pueblo debo estar atento pues cualquiera puede agredirme verbal o físicamente. Ya es raro cuando no tengo alguna parte de mi cuerpo hinchada y con moretones, aunque las peores son las huellas del alma, las cuales nadie ve, y son las que más duran. Pareciera como si un horrendo pulpo extendiese sus tentáculos hasta nosotros, y esos tentáculos tuviesen nombres y apellidos.
Pero a pesar de todo pervive la esperanza de que Taguayabón y Cuba volverán a reír; y que otra vez se podrá ver, y hasta escuchar, el delicado aleteo de las mariposas.