Por: Yoaxis Marcheco Suárez
No sé qué está pasando con algunas personas e instituciones en el mundo, pienso que padecen de una especie de letargo que no les permite percibir la realidad cubana, o simplemente se conforman con lo que el antidemocrático gobierno del país les informa y dibuja. La Cuba profunda es otra cosa, muy lejana a los informes y estadísticas que el desgobierno ofrece a la opinión internacional.
El simple hecho de ver a la nación sumergida en la quiebra y el desequilibrio causados por más de cincuenta años bajo el mismo sistema, con gobernantes cuya extrema autosuficiencia les ha llevado a creer que son dioses inmortales, todopoderosos e insustituibles, ya basta para que el mundo libre comprenda que en la pequeña isla antillana, la democracia y la libertad salieron al campo un día y al parecer no encuentran el camino de regreso a casa.
Tampoco logro explicarme la razón por la que el pueblo de Cuba no toma de las riendas y se libera de una vez y por todas de lo que tanto le agobia. A las claras se puede percibir, solo hay que tener un poco de buena vista, que el país sucumbe, que sus habitantes están descontentos del diario vivir, aunque lamentablemente la respuesta a esta infelicidad sea la alta tasa de emigrantes, de suicidios, de alcoholismo, de delincuencia, los bajos índices de procreación que resultan en una población envejecida, la enajenación y el mutismo.
Hablar de libertades en Cuba es casi doloroso, el monosílabo más recurrente es el No: No libertad de expresión; No libertad de prensa; No libertad de afiliación política o de partido (en un sistema monopartidista); No libertad ideológica; No libertad de información; No libertad de reunión o agrupación; y una libertad religiosa muy entre comillas, donde la separación iglesia-estado solo compete a la iglesia, porque el estado constantemente ejerce su dominio injerencista sobre las diferentes denominaciones, asociaciones, etc., manipulando al liderazgo eclesial, siempre amenazante, chantajista, con aires de superioridad. Realmente no sé a qué le llaman separación iglesia-estado, cuando la primera es supervisada en todo por el segundo, cada paso que da, cada decisión que toma. Continúan latentes además las interrogantes que el mismo Benedicto XVI planteara en su reciente visita al país: ¿cuándo se devolverán en su totalidad las instituciones que la Revolución en sus primeros años confiscó a las iglesias?; ¿cuándo se podrán crear nuevas instituciones educacionales de carácter religioso para que las actuales y futuras generaciones de creyentes se eduquen, no bajo la doctrina del marxismo leninismo, sino bajo la enseñanza de la Biblia? ¿Cuándo las instituciones religiosas podrán abrir sus propios espacios radiales y televisivos, tener sus publicaciones periódicas, imprentas, editoriales y librerías? ¿Será que negar esto a las iglesias no es en buena medida ultrajar la libertad de las mismas?
Por otro lado sería interesante señalar que todos los elementos que privan a los creyentes en Cuba de su genuina libertad, al ser restaurados, si lo fueran, deben serlo para todos, sin distinción, incluyendo, como dijera Percy Francisco Alvarado Godoy en su post: “Otra falacia de Radio Martí…”, a las “diminutas e irrelevantes congregaciones adscritas a la Convención Bautista Occidental, así como al Movimiento Apostólico”, este último no legalizado por el filtro censor del famoso Registro de Asociaciones del Comité Central. La gran falacia radica, y créanme esto ya es más que “un lodazal de mentiras”, en decir que en Cuba su desgobierno, y cito al mismo autor antes mencionado: “jamás ha torturado o perseguido a pastores religiosos por sus creencias, independientemente del tamaño de sus denominaciones, su aislamiento o falta de una red de apoyo a nivel nacional o internacional.“ Pienso que el término, jamás, es demasiado amplio. Aunque claro este autor al que hago alusión está siguiendo los pasos de su máximo guía, el hoy líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, quien tuvo el impudor de declarar en la entrevista “Fidel y la religión” que en Cuba nunca se había cerrado ningún templo. En el pasado no muy lejano, a penas la década del 60 del anterior siglo, los dictadores, por entonces enemigos acérrimos de la religión, crearon los campos de concentración UMAP, a donde fueron a parar cientos de pastores y líderes de iglesias. Muchos templos fueron literalmente cerrados, entre ellos el de la Iglesia Bautista Ebenezer de Taguayabón, de la cual soy miembro. Los creyentes no eran avalados para entrar a las universidades del país, muchos perdían sus trabajos si decidían permanecer fieles a su fe. Los templos se vaciaron dando paso a la era de la ideología comunista, con su carácter ateo y materialista, que en la versión de Fidel Castro tomó aspecto de exterminador de la espiritualidad de un pueblo por naturaleza creyente.
La tan cacareada Constitución cubana actual, a la vez manipulada por los dueños de todo en el interior de la isla, dice en su artículo 8, reconocer y respetar la libertad de conciencia y de religión, deberían si fueran honestos colocar una cláusula a este artículo: solo si quien la profesa es revolucionario, practica el fidelismo y ha aprendido a asentir a todo cuanto se le ordene por parte de las instancias gubernamentales. La cláusula está implícita, aun cuando continúa diciendo el artículo que las instituciones religiosas están separadas del estado. El artículo 55 expresa: que el estado reconoce, respeta y garantiza la libertad de conciencia y religión. Sería reiterativo explicar esta gran mentira, un país donde quienes piensan diferente ideológica y políticamente son encarcelados, detenidos arbitrariamente, amenazados, repudiados y siempre bajo el mismo pretexto difamatorio de que son asalariados del imperio o mercenarios. En el egocentrismo atroz de los Castro y sus seguidores los “revolucionarios” no caben las mentes diferentes, le temen a la pluralidad, como el temor que le tienen los tiranos a los de fe verdadera y convicciones firmes.
De cualquier modo y sin comprender aun qué pasa con quienes se proclaman libres en el mundo, y con el pueblo cubano tan carente de sus derechos más elementales, yo prosigo aquí dentro de la sofocada Cuba y en esta “diminuta e irrelevante Convención Bautista de Cuba Occidental”, para mí llena de tradiciones hermosas y una profunda historia de más de cien años, con paladines de la fe como lo fueron el muy cercano a Martí, Alberto J. Díaz, colaborador en las luchas independistas contra la colonia española; Luis Manuel González Peña, quien en el tiempo más oscuro de los creyentes en Cuba dijera a un funcionario que le pronosticó el fin de las iglesias en el país, que habría iglesias para rato, y otros. Creyendo en un Jesús que no comulga con los poderosos egocéntricos de este mundo, sino con los de abajo, con “las inmensas minorías” y que en definitiva, fue seguido por muchos, para luego ser abandonado por la gran multitud, incluyendo a sus discípulos, y que también fue crucificado por muchos y aceptado por pocos.