En junio de 2013 viajé por vez primera a Polonia y fue inevitable mi visita a la tumba del mártir polaco Jerzy Popieluszko. Desde la lejana Cuba ya él encarnaba para mí el lógico desafío de la fe ante un sistema totalitario enemigo de Dios. Si en vida Popieluszko cumplió con creces su labor pastoral de defender a su redil del lobo, con su muerte evidenció al mundo la impotencia de un régimen capaz de recurrir al asesinato para intentar silenciar a un profeta, y contrastó con claridad las fronteras entre el bien y el mal en la Polonia de 1984.
Mi retorno a Polonia en octubre de 2014 coincidió con el treinta aniversario del crimen contra Popieluszko, y constituyó una lección teológica de las implicaciones del martirio de los santos, y particularmente de la verdad escatológica de la resurrección y de la esperanza cristiana que celebra como vivos a seres excepcionales como Popieluszko, aunque sus cuerpos todavía descansen en sus tumbas. Esta vez mi peregrinación no fue en solitario para encontrar un sitio de quietud mística, como en 2013. Fui más bien un grano de arena entre multitudes compactas que expresamos nuestra admiración y recuerdo por el buen pastor que no huyó cuando vio venir al lobo, a la vez que celebramos el fruto de su sacrificio: la democracia y la libertad en la Polonia actual. Entre los primeros cambios luego de 1989, imperceptible tal vez entre enormes y trascendentales transformaciones, estuvo la inclusión, como feliz iniciativa de Lech Walessa, de una capilla, nada menos que en el símbolo que entraña en sí mismo el histórico Palacio Presidencial, inconcebible en el período en que desgobernaron los totalitarios. Expresión de libertades alcanzadas, constituye prueba de que la muerte física del mártir Popieluszko lejos de desaparecerle le inmortalizó para siempre ante su pueblo y amplificó los valores y virtudes que en vida predicó y practicó.
Un sol radiante el domingo 19 de octubre acompaño excepcionalmente, como paréntesis entre fuertes días otoñales cuasi invernales, a miles de polacos y a centenares de ciudadanos provenientes de todo el mundo que nos dimos cita en el lugar que custodia el cuerpo del mártir en espera de su resurrección. Fue el testimonio natural de la fiesta en el cielo y en la tierra celebrando la vida que la muerte no truncó. Reafirmación evangélica de que algunos matan los cuerpos pero a las almas no las pueden matar. Afortunada Polonia que tiene su Popieluszko como expresión de que en ella los lobos no pudieron atacar sin resistencia pastoral a las ovejas que por demás hicieron huir al lobo que atacó a su pastor. Bienaventurada nación por no ajustársele el lamento, en otros contextos atinado, en el «Doblen las campanas» de BobDylan, de que: «El pastor se echó a dormir/ y los lobos a reír/ y las ovejas van perdidas y sin saber adónde van». Quiera Dios que en cualquier parte del planeta donde, como en Cuba, las fieras tienen su guarida, existan pastores como Popieluszko capaces de enfrentarles cumpliendo su misión, si fuere necesario, hasta el sagrado privilegio del martirio.