Uno de los fenómenos que me ha permitido comprobar mi viaje a Polonia (2-15 de junio) es que mi espíritu y mi cuerpo no viajan al unísono. Cuando arribé al aeropuerto de Amsterdam la mañana del domingo 2 todavía mi espíritu vagaba por las calles habaneras que mi cuerpo dejó la tarde antes, y por entre las campiñas cubanas, sitios que jamás había abandonado en mis treinta y ocho años de existencia terrena.