Bien dice el «Sitio Web de la defensa de Cuba» en su página dedicada al Ejército Juvenil del Trabajo (EJT) y refiriéndose a la fundación de este que «El 3 de agosto de 1973 culminaba una fructífera etapa de trabajo, iniciada cinco años atrás, por la Unión de Jóvenes Comunistas.» Ese lustro es el que dista precisamente entre la cancelación de las UMAP y el inicio del EJT. Fue el tiempo necesario entre un engendro y el otro. Mientras que las UMAP hoy parecieran ser una página oscura dejada atrás en el tiempo, aunque todavía los responsables no hayan rendido cuentas; el otro experimento, el EJT, celebra sus cuarenta años de existencia con bombo y platillo, como si no tuviese que avergonzarse de nada, cual si no fuesen sus fundadores los mismos de las UMAP, y cual si en el fondo no tuviese el EJT objetivos similares a estas, aunque aparentemente tome distancias de ellas. Cual si, para utilizar el decir popular, no fuese «el mismo perro, con diferente collar». Entre los objetivos explícitos del EJT tal y como se exponen en su página digital está el «Crear y mantener una fuerza organizada con elevada productividad». Y en este objetivo nadie podrá negar ni su eficacia, ni su coincidencia con sus antecesoras las UMAP. No en balde la fundación del EJT en Camagüey donde hasta cinco años antes las UMAP tuvieron su máxima expresión. El EJT no es más que una versión refinada de las UMAP.
El bochornoso modo y sin consideración en que fuimos tratados miles de jóvenes integrantes del EJT en la mayor plantación cítrica del mundo en posesión de un único dueño ilustra muy bien el verdadero carácter de este «ejército invicto». Fuimos víctimas de una parte de la empresa «Victoria de Girón», propiedad del régimen, dirigida por Hiram Santana Castro, y de la otra del Grupo B.M. y Waknine & Berezovsky Co. Ltd. quienes vinieron en auxilio de los empresarios cubanos cuando perdieron el apoyo de la URSS tras el desmoronamiento de esta en 1992. El negocio era claro: Waknine & Berezovsky proveería de su eficiente experiencia en Israel y obtendría beneficios mutuos con el régimen. Este joint venture a largo plazo entre ambas partes incluyó de Waknine & Berezovsky financiación, mejoramiento de la calidad y una mejor comercialización a nivel mundial de los productos de Jagüey Grande. El régimen aportó las 40.000 hectáreas de plantaciones cítricas que rodean la fábrica, la destartalada infraestructura que heredaron de la URRS y por supuesto, la mano de obra segura y barata que conseguía el EJT, nosotros. Según el SEMANARIO ECONÓMICO Y FINANCIERO DE CUBA en el artículo «Cuatro décadas de excelencia en la producción de cítricos» para 1995 el EJT llegó a cubrir toda la actividad obrera en explotación de la «Victoria de Girón». Innegablemente éramos sumamente beneficiosos para estos capitalistas que se entendían entre sí. En compensación por sus aportes, y en buena medida a costa de nuestro sudor y a veces sangre, la Waknine & Berezovsky obtuvo derechos exclusivos para la comercialización a nivel mundial de los productos de Jagüey Grande.
Sorprendentemente años después el EJT con su aporte inigualable fue retirado de los campos de cítricos en Jagüey. Evidentemente esto no obedeció a razones financieras: fuimos sumamente rentables. Es de imaginar que la Waknine & Berezovsky pidiera nuestra retirada en pleno conocimiento del trato inhumano al que sus socios cubanos nos tenían sometidos y temiendo alguna posible queja que pusiese en riesgo un mercado tan próspero. Lo cierto es que estos eran riesgos que debían haber tenido en cuenta a priori, muy probables dada la calaña del régimen cubano con un amplio historial en materia de violaciones a derechos humanos fundamentales, y ahora constituyen hechos de una historia que ya no es posible revertir. Una frase amenazante ripostada con frecuencia de parte nuestro capataz, el Mayor Montes de Oca, al punto que entre nosotros se hizo célebre, puede resumir con agudeza la naturaleza torcida del EJT: «Yo me río, pero araño».