LA INVOLUCION ENERGETICA

POR: YOAXIS MARCHECO SUAREZ

Sendos apagones la semana pasada, uno el lunes desde horas tempranas de la mañana hasta bien pasado el mediodía y el otro el día martes ocupando la tarde noche, me hicieron volver a reflexionar sobre el tema que tan en moda estuvo hace algunos años atrás cuando todavía el jerarca mayor nos presidía.

La Revolución energética, que hizo creer a muchos que todos nuestros problemas referentes a esta situación serían resueltos y que como por arte de magia podríamos vivir dependientes cien por ciento de la electricidad con un consumo mínimo de energía -idea que solo a un demente podría ocurrírsele en un país de deplorables condiciones económicas como el nuestro-, claro que este demente calculó bien la subida de las tarifas que los clientes deberíamos pagar desde el momento que felices, contentos y nunca protestones comenzáramos a usar las «modernas y cómodas» hornillas, ollas y calentadores eléctricos. El queroseno, petróleo, brillantina o luz brillante como se le llama indistintamente en las regiones del país sería solo para los casos de emergencias o catástrofes como los tan temidos y habituales ciclones. Pero al demente se le olvidó calcular que los enseres que vendió no tenían la calidad requerida para una durabilidad prolongada, mucho menos eterna; y que en la isla, por las condiciones críticas de las viejas redes eléctricas, las que bien pudieran contarnos la historia de Cuba desde el surgimiento de la República hasta la fecha, tanta demanda de energía puede provocar fallas inesperadas, inoportunas y frecuentes, sobre todo en esta época del año donde a pesar del horario especial de verano que permite aprovechar más la luz solar, las habituales tormentas vespertinas con lluvias, descargas eléctricas y viento incluido, ocasionan desperfectos en las redes que pueden ser rápidamente solucionados o como en la semana anterior demorar horas y afectar el horario de almuerzo o de comida en los hogares.

Como el que guarda pan para mayo, muchas amas de casa no se atreven a arriesgar el queroseno acumulado, pensando en que si lo usan para un simple apagón de tres o cuatro horas, cuando venga el momento de la verdad, los días enteros sin fluido eléctrico a causa de los meteoros, entonces no tendrán con qué cocinar o alumbrarse. Particularmente en mi hogar, no contamos con fogón que use queroseno para su funcionamiento, así que en reiteradas ocasiones nos hemos visto «fritos y luego puestos al sol» o la hemos pasado como en «Blanquizal de Jaruco», en otras palabras y para que se me entienda, no hemos podido elaborar alimentos o hemos tenido que salir con nuestros calderos y provisiones a pedir auxilio a algunos vecinos cercanos, que confieso muchas veces nos han sacado del apuro. Por otro lado, las hornillas y los otros elementos domésticos como ya decía no siempre están en sus mejores condiciones, mi hornilla por ejemplo nos ha ocasionado, entre reemplazo de la resistencia y el cable conector, una considerable inversión. En cierta ocasión estuvimos en estado de sitio alimenticio por más de una semana porque no habían resistencias en el pequeño tallercito del poblado y mi fogoncito venía siendo en la larga lista de espera casi el número trescientos, para qué decir que son días de los cuales no quisiéramos acordarnos.

Pero no hablemos solo de los hogares y la constante odisea de la elaboración del plato nuestro de cada día, pensemos en la gran inversión que se hizo en costosos equipos de climatización para oficinas, tiendas recaudadoras de divisa, centros médicos y salas de cirugía o consulta y otros del sector estatal; un buen número de ellos en la actualidad puede funcionar solo en determinados horarios del día o de la noche, o simplemente yacen enmarcados en una pared, deteriorándose y desaprovechando los beneficios de su vida útil. Otra muestra más de la demencia y poca sabiduría económica de los «Padres» del Socialismo en Cuba.

Mientras escribo este post ha comenzado a llover como es típico de las tardes de mayo, o al menos debería serlo, se escuchan lejanos truenos y el calor se vuelve sofocante. Pero, solo adivinen qué acaba de ocurrir. Sí, es bien sencillo adivinar, hace unos minutos se fue el fluido eléctrico. ¿Será esta tarde otra más que pasaremos en «blanquizal de Jaruco» o desfilando con nuestros enseres por el vecindario? No sé, ya con el sudor abundante en las cabecitas de mis niñas y con la más pequeña pidiendo a gritos un ventilador, tengo suficiente para recordar que el demente que alguna vez mencionó la frase falsa de «Revolución energética en Cuba», no adolece jamás de la electricidad y no usa para su consumo «los frágiles tarecos» que vendió al pueblo para usar en sus humildes cocinas. A este demente siempre le ha dado lo mismo jugar con las palabras, estoy segura que al pronunciar el término «Revolución» se reía una vez más de sus sumisos súbditos y en sus adentros solo pensaba que si este plan ilógico y mediocre fallaba, ninguno de ellos reclamaría.

Lo cierto es que nos ahogamos en esta involución energética, económica, social, cultural, educacional que muchos ciegos aun llaman «gloriosa Revolución cubana»; y en medio de esta asfixia el pueblo aun continúa mudo de forma lamentable, aun cuando en un susurro se queja de quien o quienes quitaron el queroseno y lo sustituyeron por frágiles hornillas eléctricas.