“Conozco a un seguidor de Cristo que hace catorce años fue llevado al tercer cielo (no sé si en el cuerpo o fuera del cuerpo; Dios lo sabe). Y sé que este hombre (no sé si en el cuerpo o aparte del cuerpo; Dios lo sabe) fue llevado al paraíso y escuchó cosas indecibles que a los humanos no se nos permite expresar.” 2 Corintios 12:2-4, NVI
Durante tres días fui el prisionero número 380 en la celda número 19 de la Unidad Provincial de Investigación Criminal y operacional de Villa Clara. Fueron precisamente los días entre los cuales el presidente Barack Obama visitó mi país tras ochenta y ocho años sin que lo hiciese ninguno de sus predecesores.
Fui llevado a la prisión al mediodía del domingo 20 y regresado a casa al anochecer del martes 22 como si condujesen a un criminal; fuertemente esposado y custodiado por agresivos militares. Durante mi injusta prisión no acepté alimentos: era mi única manera de protestar, y de protegerme, pues no tenía confianza alguna en lo que me ofrecían los carceleros, sino todo lo contrario. Las condiciones de las celdas, las consabidas: calor, frío, un bombillo las veinticuatro horas, mosquitos, fetidez; y según los dos presos comunes que tuve por compañeros de celda, ¡la nuestra era una de las mejores! … no cabe en mi mente imaginar a las demás. Todo el tiempo permanecí en incomunicación total, ajeno a lo que sucedía, no solo tocante a la visita de Barack Obama, sino respecto a todo asunto relativo al universo físico.
Antes de sacarme de la prisión fui conducido a una pequeña habitación para interrogatorios en la cual un frustrado agente de la Seguridad del Estado, protegido por dos corpulentos guardias de tropas especiales, me lanzó una sarta de improperios y amenazas que expresaban la gigantesca impotencia de querer desaparecerme y sin embargo tener que obedecer las órdenes de devolverme a casa. Cuando llegamos a mi pueblo me encontré con un descomunal operativo para impedir cualquier recibimiento de parte de feligreses, amigos o familiares, imposibilitados hasta de tomar una foto. Durante treinta minutos debí esperar que apareciesen las llaves de mis muy apretadas esposas pues los guardias ¨las habían extraviado¨.
Fue este el reducido y miserable espacio físico al que se me intentó condenar en el teatro ideado por Raúl Castro y sus secuaces en el marco de la visita de Barack Obama. ¡Pero solo en el plano físico! Las tres jornadas se convirtieron en un ayuno con el cual inicié la Semana Santa en el domingo con el doble significado de conmemorar la Entrada Triunfal de Jesús a Jerusalén, y de ser el Día Internacional de la Felicidad proclamado por las Naciones Unidas. Las oraciones, visiones, exteriorizaciones, meditaciones, …, todo lo espiritualmente experimentado, forma parte de un apocalipsis personal inefable en esa experiencia mística en la cual los hombres no tuvieron parte ni suerte en ese Patmos que me regalaron sin saberlo. Entiendo ahora un poco más el insondable abismo entre la miseria de los hombres y la grandeza de Dios. No me queda más que afirmar con el poeta: ¨toda esta miseria transitoria hace afirmar el paso a los atlantes¨.