Por mis venas corre jugo de naranja

naranjas y naranjasNi yo mismo comprendo hasta donde incidieron para el resto de mi vida esos casi ocho meses, del 30 de noviembre de 1993 al 28 de julio de 1994, cuando fui usado como mano de obra barata y segura, expuesto a trabajos forzados en las zafras del cítrico para reportar cuantiosos beneficios económicos al régimen cubano y al  Grupo B.M. y Waknine & Berezovsky Co. Ltd. Ahora al paso de los años entiendo que era un capítulo que Dios tenía para mí. Las experiencias allí vividas tienen que ver mucho más allá de lo que imagino con todo cuanto desde entonces he sido y he hecho.

El amigo Omar López Montenegro a quien conocí el pasado junio en mi viaje a Polonia  narra con emoción una experiencia suya en el famoso Preuniversitario de la Víbora, sitio inmortalizado también gracias a otro de sus egresados, el escritor Leonardo Padura Fuentes, quien convirtió este mítico lugar en el origen de las zagas para su personaje policíaco Mario Conde. La resistencia noviolenta pero mancomunada de Omar y otros amigos impidió que unos cancerberos lograran cortarles sus cabellos largos en una época de movilización en el campo. Yo viví algo similar en el Boom 400 del EJT y por encima de todos los desmanes vividos esto me acompañará para siempre.

Tras andar y desandar tres meses entre los campos de concentración contiguos a los poblados de Torrientes y San José de Marcos se nos hizo regresar al de Socorro en Pedro Betancourt. Supuestamente desde este Boom 400 que era nuestro campamento original debían habernos llegado los avituallamientos que se nos asignaban pero nada recibimos durante aquellos tres meses en que anduvimos deambulando en una supuesta misión cuyas altas metas de trabajo jamás cumplimos. Durante aquellos tres meses no tuvimos siquiera un pase para ir a nuestras casas. Dábamos lástima. Nuestra ropa estaba sucia y andrajosa a más no poder. La mayoría andábamos descalzos, unos pocos con unas botas rotas. Uno de los generales Acebedos anduvo de inspecciones por allí y nos llamó «los descamisados», y un relajado capitán en el campamento junto a Torrientes, parece que movido por la compasión nos dijo señalándonos su inmensa panza: «No se desanimen muchachos, esta barriga la eché yo en el ejército».

De regreso a nuestro campamento de origen teníamos la esperanza de que las cosas cambiasen pero al llegar nos encontramos a un nuevo jefe de unidad: un capitán de la Marina que castigaron enviando al EJT. Ya me había dado cuenta de esta otra característica de este ejército invicto: era el sitio de castigo para oficiales del MININT, las FAR y hasta de la Marina. El recibimiento del oficial para nosotros fue informarnos que acabábamos de llegar al Boom 400 y que todo lo que exigíamos teníamos que ganárnoslo. La respuesta adicional a nuestras inquietudes fue la entrega de  inmensos machetes chinos amellados y tras un miserable almuerzo se nos hizo ir a unos marabusales que debíamos desmontar y preparar para la siembra de cítricos.

Aquello era más que una humillación. Por supuesto, en aquellas condiciones no cortamos ni un marabú, nuestra paciencia se había agotado por completo, más bien nos organizamos y así fue como aquella noche de mayo de 1994 en señal de protesta el pelotón completo se fugó luego de acordar que nadie regresaría en menos de una semana. La salida silenciosa del campamento y el tránsito uno a uno por entre naranjales hasta la autopista nacional donde en cuestión de minutos abordamos una rastra rumbo a Las Villas fueron los momentos más gloriosos vividos en aquellos ocho meses de vejaciones. A nuestro regreso, a los que regresamos pues algunos jamás volvieron, se nos sometió a juicio en el anfiteatro del campamento realizándonos una pregunta común que no encontró respuesta: ¿quién había sido el cabecilla? El final del juicio consistió en la entrega de los avituallamientos que nos habían robado durante aquellos meses, nuestro modo de protesta noviolenta demostraba la vulnerabilidad de quienes creen que tienen el poder y nos hizo descubrir que el poder realmente estaba en nuestras manos. La fuga masiva de un pelotón del EJT le había dado la vuelta a toda la isla y puso al descubierto altos índices de corrupción. Aunque fui liberado aquel inolvidable 28 de julio de 1994 no puedo evitar que desde entonces por mis venas corra jugo de naranja.