A PROPÓSITO DEL CONCIERTO DE PEDRO LUIS FERRER EN MIAMI EL PRÓXIMO 5 DE MAYO:

Tengo el honor de colaborar para la revista Signos, fundada por ese imprescindible de la literatura cubana llamado Samuel Feijóo, desde su número 48. Como la edición 50 estaría dedicada al tema del humor en la poesía no lo pensé dos veces para aprovechar y saldar una deuda que tenía más que con Pedro Luis Ferrer, conmigo mismo.

Lamentablemente parece ser que en aquel instante el tema Pedro Luis Ferrer no estaba entre los aprobados en aquel momento especialmente después de cierto escándalo ocasionado por la publicación en la revista Umbral No. 11, 2003 del trabajo Pedro Luis Ferrer: Algo de bronca y más de Alexis Castañeda y Héctor Bosch por el cual, según me dijera el amigo ya desaparecido Don René Batista Moreno, algunas cabezas habían rodado.

A propósito del concierto que ofrecerá el admirado artista en Miami el próximo 5 de mayo y porque en los blogs uno no solo tiene la ventaja de escribir sino también de ser el director, el administrador y hasta el propio censor ahora si va, aunque con algunos años de diferencia:

RESPUESTA DE MARIO AGÜE…:
Confesiones de un fan.
¿ y qué te parece Mario Agüe… como llevo la vida?
Pedro Luis Ferrer

Salas liliputienses
estallan contigo, gigante que canta sin miedo.
Los expertos en nadar contra corrientes (idas)
cambian todo por escuchar tus sones, guarachas y changüizas,
para reír de la vida y de la muerte
desde la nada.
¿Qué que me parece?
que a tu Arpa no la pueden callar.

Yo podría permanecer en silencio ante palabras autorizadas y concluyentes como las de un critico de la altura de Frank Padrón Nodarse (Pedro Luis Ferrer; de acuerdo con la discordia. En: Revolución y Cultura. Año 36, No. 1, enero – febrero de 1997, p. 60.) cuando al referirse a Pedro Luis Ferrer y su obra declara que en él “se unen el juez, el vigía y el poeta, y como si fuera poco, el humorista” . También debería hacerlo ante los versos del propio Pedro, a mi modo de ver autodescriptivos, cuando magistralmente dice: “Y mientras cante tu martillo de poeta/ cincelando en el hombre la alegría/ verás que hasta la piedra te interpreta/ y que se torna piedra/ hasta la poesía”. Pero tengo el privilegio de poseer mi propio jolongo de experiencias sobre “el gordo”, como cariñosamente le conocemos sus fans. Anécdotas sencillas como las que posee cualquiera de sus anónimos admiradores, entre los que orgullosamente me incluyo, pero suficientes como para almacenarlas en el sitio de los buenos recuerdos y concebirlo al disfrutar de su arte entre uno de los mejores maestros, si no el mejor, de quienes cultivan la poesía humorística cubana. Y acaso porque me llame Mario, y quiera darme por aludido en el reiterado interrogatorio que Pedro hace en una de sus jacarandosas composiciones “¿y qué te parece Mario Agüe… como llevo la vida?”, aquí estoy narrándolas.

Como para dar tintes de prólogo a mis cinco años de Universidad en La Habana, llegó a mis manos allá por el año ’91 la copia de una grabación en vivo hecha con una grabadora cualquiera, por quién sabe que fan, de un ‘celebre’ concierto que Pedro había dado en el Karl Marx. Después del esfuerzo que debe hacerse para escuchar este tipo de grabaciones amateurs -que después corroboré eran más abundantes de lo que suponía y a las que seguí escuchando una y otra vez hasta aprenderlas de memoria- quedé sorprendido. La popularidad para nada menguada de Pedro está sustentada no en burdos versos ni en música barata y sin embargo debe mucho a registros fonográficos artesanales que como él mismo reconoce proceden de “ese mecanismo que se ha creado espontáneamente en la sociedad cubana, con el cual la gente se ha convertido en una especie de divulgador de lo que le interesa… la sociedad tiene medios autónomos y ya es un reto también para los medios de difusión oficiales… El artista es trueno y el pueblo es viento…” (Castañeda, Alexis y Héctor Bosch. Pedro Luis Ferrer: Algo de bronca y más. En: Umbral. Dirección Provincial de Cultura de Villa Clara. No. 11, 2003, p. 9). Comprendí desde mi óptica de espectador difícil de conformar que me encontraba no sólo ante la obra más reciente e ignorada del “gordo”, sino también frente a un arte auténtico y de la más pura cubanía, para nada afectada por constituir composiciones satíricas extremadamente jocosas, porque el arte no está reñido con la risa.

Así fue que conocí Abuelo Paco; 100% cubano; Marucha, la jinetera; No me voy a defender; La tarde se ha puesto triste; El tiene delirio;… si bien no todas poseen un tono humorístico constituyen en su generalidad criticas certeras hacia aspectos en la sociedad en que se hacía necesario cambiar. En lo que a mi respecta no solo era la reanudación del aprecio como público por un arte que ya conocía y cuya difusión se me había interrumpido y que ahora para mi doble alegría podía constatar seguía existiendo y en ascenso como toda obra de un artista serio; me identificaba además con algunos de sus pegajosos textos por tratar temas que me llegaban muy de cerca, por ejemplo mi condición de creyente evangélico por la cual sufrí mas de una vez me apegó mucho a versos como: “Yo conozco la Comuna/ no la que estalló en París/ sino la que está viviendo muy distinto a ti y a mí/ y luego se justifica con Lenin y Karl Marx/ diciéndonos que en el cielo ningún Dios nos va a esperar.” Es lo que Frank Padrón teoriza como “la difuminación de las barreras entre lo cómico, lo trágico o lo simplemente dramático; para él las categorías humanas están muy vinculadas, y así encara muchos temas considerados tabúes o sacros, desdramatizándolos y accediendo con ello a un verdadero tuteo con el receptor.”

Con el sabor de este reencuentro tan grato me fui a La Habana en septiembre de 1993 a estudiar una carrera universitaria. No tenía pretensión alguna de asistir personalmente a disfrutar conciertos de “el gordo”, en mi ignorancia, fruto de una desinformación total respecto a mi admirado cantor, lo consideraba un artista “quemado” del que ya solo tendría que conformarme con los cassettes amateurs salvados por puro milagro, y con sus antiguas canciones, también en copias malas pues hasta entonces jamás se había editado en Cuba un disco que al menos las incluyera a ellas. Así fue que un día cualquiera mientras estudiaba acostado en mi cuarto de la beca universitaria en F y Tercera quedé petrificado al oír a través de una brevísima nota cultural de la COCO Radio Cadena Habana el anuncio de un concierto de quien yo hacia tras las rejas, que había regresado nada más y nada menos que de una exitosa gira por Alemania y Estados Unidos. Aquella lacónica información de la cual no encontré replicas en ningún cartel por la ciudad, ni siquiera en otra noticia por otra emisora, ni en la propia COCO en lo adelante, me hizo suspender mis planes hasta aquel momento sagrados de partir a Las Villas el siguiente fin de semana para estar con mi familia. El concierto sería en el patio del Museo de Artes Decorativas. Tan pronto pude acudí hasta allí para verificar si lo que había escuchado por la radio era invención de mi imaginación o si se trataba de un hecho real. En efecto, no había ningún anuncio, pero una de las trabajadoras me lo corroboró aunque me indicó que no se estaban vendiendo entradas con antelación, sería una hora antes ese mismo sábado. Dejar de ir a casa un fin de semana, cuando está escaseando el dinero y el estomago está hastiado de chicharos y coles, menú constante en aquella temporada de cruento período especial en la beca, era un verdadero sacrificio para cualquier estudiante universitario que pudiera hacerlo. Pero se trataba de lo inesperado y lo insoñado: un concierto de Pedro.

Nunca supe las causas pero, qué chasco me llevé cuando al llegar al Museo preocupado en cómo me las ingeniaría para comprar las entradas y en sí tendría que pagar dinero extra para entrar, encontré los alrededores silenciosos y envueltos en la rutina habitual de cualquier sábado. Esto ya constituía un mal presagio, pero el alma se me heló cuando la portera me informó que el concierto quedaba suspendido hasta nuevo aviso. El sacrificio había sido en vano. Pero no me rendí, tenía que estar de cualquier modo en aquel concierto, y como sabía que aquel nuevo aviso no podía esperarlo de algún anuncio gráfico o radiado, día a día pasaba por el museo hasta corroborar que sería el sábado siguiente. Y aunque ya no estaba tan seguro, volví a arriesgar otro fin de semana, martirizando mi estomago y dejando de ver a mi familia que ya pensaba me había encontrado alguna novia.

Pero esta vez si di en el blanco. Fue la primera vez, aunque no la última, que viví la experiencia memorable de un concierto del “gordo”. No sólo le vi personalmente, vestido de negro como siempre acostumbra, también conocí su divertido grupo, y hasta su hija que en aquella ocasión nos deleitó interpretando una de las canciones magistrales compuestas por su padre. No fue fácil entrar con tanto público a tan poco espacio, pero como cualquier joven, flaco, solo y decidido a todo, lo logré. Como la mayoría de los asistentes me senté en el suelo ubicándome en primera fila. Previo al comienzo no se me olvida una requisión buscando grabadores amateurs, _está prohibido grabar aquí_, recuerdo advirtieron algunos agentes de orden en tono bajo que se paseaban entre la multitud, e incluso una mujer que parece me vio cara de sospechoso se me acercó para cerciorarse de que yo no llevaba alguna minigrabadora.

Recuerdo que fue nuestro respetable profesor de la Universidad Guillermo Rodríguez Rivera, invitado especial de Pedro Luis, quien abrió recitándonos algunos de sus poemas concluyendo con uno que dedicó especialmente al cantor, y que como para encender el concierto y con sonrisa pícara de complicidad mirando a Pedro, concluía diciendo: “Canta/ canta sin miedo.” Este primer concierto de Pedro al que asistí rebasó todas mis expectativas: oí cantar al público, yo entre los primeros, a coro con él las canciones aprendidas del cassette prestado, las viejas y otras nuevas como las del buzo, la manera popular de llamar a esos que viven de rebuscar en los basureros de La Habana, o la de “mis amigos se van al restaurant” o la de “que por cada CDR haya treinta paladares”. Además de cantar con su inconfundible voz nasal acompañando sus textos de los gestos apropiados y principalmente con su sonrisa pícara y sarcástica de niño malo, Pedro deleitó, como vi siempre en adelante en todos sus conciertos, con su manejo experto de la guitarra que colocaba de mil maneras, lo mismo rasgando sus cuerdas que usándola como tambor; recitó poemas y hasta nos ofreció un monologo y contó chistes. A propósito de su recién finalizada gira nos puso al tanto de sus éxitos por Alemania y Estados Unidos, y con la confianza de quien se reúne con sus amigos después de un largo viaje incluyó algunos chismes de la gran familia artística cubana extendida alrededor del mundo con la que tuvo contacto: de lo duro que era ver a un actor de la talla de Julito Martínez viviendo de manejar una rastra, de las incitaciones de Willy Chirino y otros a que se quedara, y de su rotunda negativa porque “yo no me tengo que ir de mi patria”, y de la invitación que les hizo de venir a cantar a Cuba aunque “les advertí que yo solo puedo ofrecer estos pequeños lugares_ señalando el patio del Museo_ que si querían la Plaza de la Revolución la pidieran ellos mismos”. Fueron de dos a tres horas las de este concierto y al “gordo” le costó trabajo despedir a un público que no lo dejaba terminar.

Y este fue solo el comienzo. Fue allí que comenzó mi persecución a Pedro. Y tal vez fue él uno de los que incidió en que me fuera aclimatando a la capital tomándole el gusto con aquellos fines de semana en que dejé de viajar a provincia. De sus conciertos y de expresar mi admiración por él surgieron amistades y relaciones, al punto de que la novia que llegó finalmente a convertirse en mi esposa había sido asidua a la Peña de la Bicicleta de la Casa de la Cultura de Alamar a la que asistía de vez en vez Pedro Luis, y uno de los mejores regalos que conservo de ella es una foto de dicha peña autografiada por “el gordo” y en cuyo texto se puede apreciar el sentido del humor que siempre transpira el cantautor.

Del resto de los conciertos recuerdo en especial dos de una jornada que le dejaron tener en una pequeña sala del Karl Marx. Allí fui dos noches seguidas, sábado y domingo. Él sábado asistí sólo, y el domingo, de tanta propaganda que le hice me acompañó un compañero de cuarto. El concierto del sábado fue muy sobrio, Pedro Luis estrenó algunas piezas instrumentales, faceta que muy pocos le conocen y en la que es un verdadero maestro, con ellas me deleitó muchísimo por su calidad y por la profunda cubanía que poseían. Algunos de sus fans le vitorearon pidiéndole como de costumbre algunas de sus canciones picantes, pero él se justificó con ellos diciendo que no quería meter en problemas al director del teatro, este le había invitado con la condición de que confiaba en su cordura, y además, era su amigo y él tenía que cuidar aquellos espacios que le estaban dando; esto para nada estropeó o redujo la calidad de su presentación. Sin embargo, el domingo sucedió algo curioso: o Pedro Luis se olvidó de su amigo, o su amigo le dio carta de libertad, o Pedro Luis le jugó una mala pasada aprovechando que era su última noche de aquella jornada, lo cierto es que cantó por aquella noche y por lo que no había cantado en las anteriores. Fueron muy divertidos estos dos conciertos tan disímiles como extraordinarios, muestras de la diversidad de una obra tan copiosa, donde lo mismo la seriedad que el humor demuestran ser hijos de un mismo padre que se esmeró en engendrarlos, y ninguno de los dos vale más que el otro.

Otra presentación que siempre recordaré por lo peculiar de sus circunstancias fue la de otra ocasión en Artes Decorativas. El cantautor solo había cantado dos melodías cuando se llevaron la electricidad. Sin embargo él y todos los fans permanecieron allí entre chistes y mosquitos hasta alrededor de las once de la noche cuando regresó la corriente y Pedro pudo terminar su concierto. Bien había anunciado recién llegado el apagón que no se irían hasta no terminar el concierto a la hora que fuese. Creo que aquel fue el concierto más largo que regalara Pedro Luis Ferrer, y tal vez el más lleno de chistes, de confesiones de amor y besos entre la espesa vegetación y la oscuridad de aquella noche en el patio de Artes Decorativas.

Cabe decir que de todos estos conciertos que he mencionado me las ingenié para enterarme por medio de la voz popular que siempre eleva a quienes le cantan, pues la totalidad de los medios, al menos hasta donde yo pude percibir, permaneció en silencio. Otras veces no corría la misma suerte y me enteraba cuando todo había pasado, lamentándolo muchísimo y en tales casos habría preferido no saber nada, no me cuentes nada más_, le rogaba al que venía con la noticia a mortificarme.

Sin embargo, la noticia del último de los conciertos de Pedro a que asistí si se corrió a los cuatro vientos y cerró con broche de oro una linda etapa de mi vida en aquella loca persecución al mejor cantor de poesía humorística que he conocido. Fue un miércoles de Trova sin trabas en 17 y H, la sede de la UNEAC. Todo el mundo, al menos en El Vedado, se enteró que aquel día como invitado especial estaba “el gordo”, y todo el Vedado acudió a la UNEAC copando totalmente el patio y aún las calles tras la cerca; a estos últimos que no tuvieron la suerte de entrar Pedro los tuvo muy en cuenta dirigiéndoles especialmente su pícara mirada y si mal no recuerdo hasta les dedicó una canción. Yo si pude entrar, y eso porque me junté con unos amigos trovadores que tenían relaciones allá adentro, de ellos recuerdo a Fernando Becker y a David Sirgado, este último trágicamente fallecido unos meses después en fatal accidente automovilístico cuando daba una gira por Europa. Así y todo tuve que abrirme pasos a empujones. Por el ambiente que se respiraba se percibía que aquel concierto iba a estar caliente.

Primero cantaron algunas canciones algunos jóvenes trovadores, incluyendo a un santiaguero que se hallaba de gira por La Habana, pero todo el mundo esperaba al “gordo”. Y así quedó demostrado cuando se dejó ver en público y entonces todo el mundo gritó, aplaudió, chifló y ovacionó como pudo por unos minutos, para luego hacer un verdadero silencio sepulcral no realizado antes aquella tarde hasta que Pedro abrió su boca para comenzar diciendo: Gracias por invitarme a esta … trova …… sin trabas_ emitiendo la sonrisa socarrona que ya le conocíamos muy bien para luego dedicar una nueva canción que traía a un tío mío_ introdujo_ que fue miembro de la UNEAC, y que por demás fue una sátira en que aprovechaba para sacarle las tiras del pellejo a la Unión, y por ahí comenzó y continuó cantando de lo más sarcástico e irónico que hubiese compuesto. La multitud cantaba a coro con él y le pedía lo que quería de un repertorio que se había ingeniado para conocer muy bien. Aquella tarde no quedó nadie sin complacer. Las risas multitudinarias que provocaba la mejor poesía humorística que se cantaba deben haber retumbado por todos los alrededores atrayendo todavía a más y más público. Pero Pedro tenía que terminar, ya se hacía de noche, y todavía habían dejado a un declamador para el final. Pobre artista este último, la multitud satisfecha ya, irreverente e indisciplinada comenzó a abandonar, bulliciosa y riendo todavía, los jardines chamuscados de la UNEAC como si todo hubiese terminado, porque si Pedro ya no estaba en el estrado ya no había razón de estar allí. Y el recitador, que para colmo inició con unas palabras introductorias si se quiere irónicas respecto a Pedro porque discrepaba con él; fue incluso burlado por los fans que quedaban todavía que le chiflaron y gritaron irrespetuosamente. En fin, fue aquella una Trova sin trabas que casi se traba de la que sin embargo salió Pedro Luis airoso, acogido y aclamado por un inmenso público que le admira y le sigue a dondequiera que él decida y le permitan hacer reír con su poesía criolla a flor de labios.

Si el prologo a toda esta historia me lo diera un cassette, el epílogo me lo dio otro, aunque no fuera tan prohibido como aquel. Ya era el año 2000 y hacía más de un año había regresado de la capital. No había podido realizar el sueño cubano de quedarme allá. Por si fuera poco, y por cuestiones económicas, en vez de ejercer mi carrera, tuve que dedicarme a labores artesanales. Ahora de Pedro solo me quedaba tararear sus melodías, cual si fuesen antiguas canciones de trabajo a la par de las máquinas que manipulaba. Un día llegó al Taller del Fondo de Bienes Culturales donde trabajaba una de esas vendedoras ambulantes de grabaciones en cassettes, vendía la mercancía que traía pero también aceptaba encargos. Para ponérsela bien difícil le pregunté si traía algo de Pedro Luis Ferrer. Por supuesto, nada. Sin embargo, me dijo, te puedo averiguar._ Lo que me consigas de él te lo compro_ le dije. Y así fue que a la semana siguiente se apareció con una copia en cassette del CD “Lo mejor de Pedro Luis Ferrer” editado por Bis Music. Y a pesar que solo contenía de las antiguas canciones del cantautor, o sea que para nada hacía honor al nombre que le escogieron al CD, no por la calidad indiscutible de las escogidas sino por lo peyorativo que resultaba para con las no escogidas, para mi fue de una alegría indescriptible tropezarme por fin con la edición de un CD que se suponía que desde el año 1995 ya estuviese en el mercado aunque por más que lo había buscado jamás lo había encontrado, el primero editado oficialmente en Cuba con música de Pedro Luis y que ahora conseguía gracias al prospero negocio del mercado pirata de la música en Cuba. Ya al menos no tuve que conformarme con mi pésima interpretación a capella de canciones de Pedro. Me deleité y a la vez “contaminé” con alegría el ambiente del Taller con “El son de Pepe Antonio”, “Rumbero”, “Mariposa”, “Espuma y arena”, “Mario Agüe” (Como en lo adelante me apodó Jerson Manuel, el alegre gerente de ventas que además daba nombre al Taller), “¿Por qué te fuiste Titina?”, “Ya no puedo quererte”, “Romance de la niña mala”, “La vaquita pijirigüa”, etc., provocando incluso que hasta otros se embullaran y compraran la música de Pedro.

Luego tuve noticias con su interpretación de “Más se perdió en Cuba” para las nuevas aventuras de Elpidio Valdés donde ya éramos amigos de los españoles. Supe de otro disco en que Pedro interpreta especialmente canciones de nuestro Martí bajo el título de Arpa soy, pero que hasta el momento de escribir estas anécdotas no he podido encontrar en parte alguna del suelo nacional por más que he buscado. Gracias a amigos de La Habana, también admiradores de Pedro, he seguido al tanto de sus conciertos a los que lamentablemente ya no puedo ir por las distancias que median. Por lo que oigo sigue siendo el mismo, o quizás, si fuera posible, aún mejor, y como siempre en esos pequeños sitios que se ingenia para conseguir y que siempre abarrota porque el público se entera no se sabe cómo, se mezclan desde el humor de sus chistes y canciones, hasta la seriedad solemne de un minuto de silencio dedicado a un amigo muerto más allá de las fronteras, que aunque pareciera ignorado por una cultura que un día hiciera brillar, jamás será olvidado por este gordo jacarandoso que además de nunca desconocer a los buenos amigos tiene en cuenta a aquellos que como él han tenido que batirse contra los embates del olvido aunque él haya decidido lidiar esa batalla desde aquí mismo.

Por último debo añadir en el epílogo de estas anécdotas donde ahora brilla “el gordo” por su ausencia, que recuerdo todavía con tristeza una noche del año 2000 en que Pedro regaló un concierto en el teatro “La Caridad” de Santa Clara pero al que lamentablemente no pude asistir porque donde vivo, a veces, como aquella noche, se hace más fácil ir a la luna que a nuestra cercana capital provincial. Pero no importa, se que mis historias sobre “el gordo” todavía no han terminado y que tal vez todo lo que he contado será solo el verdadero prologo de narraciones aún mayores en que Pedro sea un protagonista más radiado, televisado, discografiado, difundido y concertizado, como bien se lo merece, y por tanto, más accesible para todos los cubanos, de quienes en definitiva toda su obra es patrimonio y no solo para quienes, como yo en el pasado, se las ingenien para, al total margen de los medios, encontrarle en algún rinconcito de la ciudad. Tal vez incluso, después que Mario Agüe… le ha respondido su pregunta, ya no sean las confesiones de un fan cualquiera, sino el testimonio de un amigo personal e incondicional admirador del cubano reyoyo y jacarandoso que es Pedro Luis Ferrer.