Antes del 11 y el 12 de septiembre de 2009 cuando Yoani Sánchez y Reinaldo Escobar vinieron a Taguayabón este era un pueblo oscuro y olvidado. Prefiero no hacer cita de la cuarteta que todavía se le canta. Algunos testimonios provocados por la Seguridad del Estado al respecto de esta polémica visita refieren que su presencia fue imperceptible como si hubiesen andado escurridizos por nuestros callejones. Sin embargo ella y su esposo Reinaldo fueron mis huéspedes desde la noche del viernes 11 de septiembre y al otro día fueron mis invitados públicos al único Restaurante de la localidad donde dejaron estampadas sus firmas en el libro de visitas aunque ahora falte la página. ¿Dónde está el problema de la imperceptibilidad?
Yo creo que la respuesta está no en los visitantes ilustres que nos hicieron honor sino en el pueblo mismo. La noche en que llegaron había tanta oscuridad como la que solía haber siempre, nuestro alumbrado público era cuasi cero. Desde que llegaron perdieron la conexión del móvil también por causa de la ausencia de cobertura, evidentemente habían llegado a zona de silencio y oscuridad; por ello demoraron en recibir comunicación de su entrañable amigo Juan Juan Almeida acerca de la muerte de su padre aquella noche. La juventud dormía sin otra opción que la aburrida programación televisiva o veía, gracias a su salvadora era de los DVDs, alguna película o programa producidos por el «enemigo». Al otro día los lugares por los que podía pasearles eran tan únicos como el referido Restaurante. Les hice caminar a él por nuestro pobrezuelo boulevard construido para evitar el paso de transportes y demorar un poco más el derrumbe del puente cuya pintura ilustra el blog Cubano Confesante, y les hice detenerse sobre él, «nuestro malecón», para mirar las requetecontaminadas aguas de nuestro maltratado riachuelo Aguasí que da todavía tanta pena. ¿Por dónde más quería la Seguridad que les hiciera gala y quién quería que les reconociera? Antes no se convocaba a nuestros muchachos para decirles que había gente tan brillante en Cuba como Yoani o Reinaldo. Ni nuestros abundantes chivatos pudieron reconocerles en las calles por más que la hayan tomado luego contra ellos por ineficaces. ¿De qué manera si ni a ellos se lo habían confiado por privilegiarles con la misma ignorancia que al resto del arrebañado pueblo? Ahora no pierden oportunidad para satanizar a mis amigos, hasta por la televisión, tanto que cada vez hay más juventud averiguando por ellos por la eterna cuestión del sabor de lo prohibido.
No dejo de establecer paralelos entre la visita de mis amigos a Taguayabón y la del diablo y sus secuaces al Moscú de Bulgakov en «El maestro y Margarita». Taguayabón nunca más ha vuelto a ser el mismo. Además del ya conocido revuelo de suzuquis que todavía no ha cesado, poco tiempo después de la sui generis visita por fin llegó el alumbrado público a la localidad. Algo parecido a lo sucedido con la calle G del Vedado. Yo también atravesé a oscuras dicha arteria durante mis años en la Universidad (1993-1998). Ahora sé que gracias a los frikies, punks, y otras diversas tribus que la conquistaron resulta una de las avenidas más alumbradas de La Habana.
No solo se iluminó el pueblo, desde entonces nuestra juventud tiene diversiones todos los viernes y sábados con comediantes, músicos o travestis o por lo menos música con la innovación del video bean incluido. Cuando se suelen olvidar de ellos dos o tres fines de semanas, como ha sucedido, los jóvenes solo tienen que correr la voz de que en cualquier momento Mario Félix se aparece con algún otro de sus extraños amigos y enseguida vuelven a acordarse de ellos.
Pero aunque ahora la «Revolución» quiera darse golpes en el pecho acerca de «cuanto» se preocupa por las nuevas generaciones, la juventud de Taguayabón, que no es nada boba, sabe que la diferencia se hizo justo entre el 11 y el 12 de septiembre de 2009. Yo creo que alguien deba agradecerles a nombre de todos a Yoani y Reinaldo aunque sea por la iluminación del pueblo y el aumento de pobres espectáculos para la juventud. Y seré yo mismo quien les dé las gracias por ahora entre tanto llega el día en que públicamente se les haga entrega de las llaves del poblado. Y en esa fiesta, por supuesto que también estarán invitados los muchachos y la directora de la secundaria a los que luego obligaron a hablar ante una cámara, también celebraremos con ellos cuando, como mismo se fue ya la oscuridad de nuestras noches, se vaya el odio con el que este vil sistema pretende inútilmente enemistarnos a unos contra otros.
Pbro. Mario Félix Lleonart Barroso