NUESTRA CUOTA DE REPRESIÓN POR LA VISITA DE BENEDICTO XVI

La 103 Asamblea Anual de la Asociación Convención Bautista de Cuba Occidental, a la cual pertenezco, concluía el sábado 24 a las 6 de la tarde. Era el motivo por el cual mi esposa Yoaxis y yo nos encontrábamos en La Habana desde el lunes anterior, 19 de marzo, separados de nuestras dos niñas, y de las iglesias en las que trabajamos en el centro de la isla. Sin embargo las noticias que llegaban desde allá no eran muy halagüeñas como para que regresásemos.

Por la visita de Benedicto XVI algo inconcebible se suscitaba a lo largo y ancho de Cuba: una verdadera cacería humana que atrapaba como delincuentes comunes y temibles terroristas a personas pacíficas sencillamente preocupadas por la deplorable situación de los derechos humanos en su nación. Amigos detenidos, familias enteras cercadas, teléfonos interrumpidos, personas desaparecidas; eran las noticias que nos llegaban, y era lo que realmente sucedía tras las bambalinas en contraposición del llamativo orden en las plazas donde el Papa oficiaría misa. Ante tal situación, y dando por hecho que algunas de estas variantes represivas, o varias a la vez, podían caer sobre nosotros, decidimos permanecer en la capital contra todo riesgo.

Nos planificamos un itinerario lo más variado posible que por un lado nos mantuviese moviéndonos constantemente, sin sitio fijo, y que por el otro nos brindase la posibilidad de realizar actividades provechosas en medio de un verdadero clandestinaje. Uno de los momentos más descollantes fue el servicio religioso en el que participamos en pleno malecón de La Habana con la iglesia callejera Alcance Victoria que como parte del ministerio internacional Victory Outreach rescata tesoros en medio de tanta oscuridad. En esta peregrinación muy nuestra, dando tiempo a que el Papa se marchase, e intentando sobrevivir sin ser capturados, el martes 27 al anochecer nos dirigimos a casa de un colega pastor que se esmeró en preparar una sabrosa cena que compartíamos animosamente en compañía de su familia, en su casa repleta de niños del barrio que se preparaban para lo que ellos llaman una noche de pillamada, ajenos por completo a la presencia de un Papa en Cuba. Como parte de nuestro riguroso cronograma no nos permitíamos permanecer más de tres horas en un mismo sitio y de casa de nuestros hermanos en la fe pensábamos trasladarnos hasta un punto no fijo en el malecón habanero desde el cual pretendíamos contemplar la presencia de la otra Cuba que también deseaba hacerse presente en medio de tanta euforia, la de la diáspora, a través de una nueva flotilla autodenominada Luces de Libertad, que como la otra realizada en diciembre en vísperas del Día Internacional de los Derechos Humanos, saludaría a través de fuegos artificiales a los cubanos secuestrados en esta isla calabozo.

Fue casi finalizando la cena cuando tocaron a la puerta del apartamento en el que nos encontrábamos. Era la Seguridad del Estado, a través de dos de sus agentes, que nos habían localizado y se presentaban con la prohibición explícita, a mi esposa y a mí, de participar al día siguiente en la misa que Benedicto XVI oficiaría en la Plaza de la Revolución. Les explicamos que nuestra presencia en La Habana tras concluir la 103 Asamblea Anual de la Convención Bautista no se debía principalmente a nuestro deseo de participar en dicha misa, sino a evitar esta represión que ahora finalmente acá también se hacía presente. Evidentemente la orden que traían los agentes era la de detenernos a los dos, como hicieron con centenares. El hermano que nos acogía y su familia, aglutinados todos en la puerta, evitaron la detención expresando a los agentes que ellos estaban en la mejor disposición de brindarnos su casa para pasar la noche y de ver juntos al día siguiente la misa por televisión. Los agentes, un poco perturbados por este ambiente de paz y concordia que a las claras se observaba, y que ellos de cierta manera habían interrumpido, nos dijeron que en lo que de ellos dependía no había problemas pero que debían consultar a las instancias superiores. Pidiéndome que les acompañase a solas hasta la escalera del edificio, lo cual hice sin resistirme, dispuesto al arresto ordenado, el único de los dos agentes que todo el tiempo hizo uso de la palabra me dejó un momento a solas bajo la custodia del otro y realizó una llamada, supongo que al mando central del operativo, y tras recibir confirmación me expresó que aceptaban mi presencia en aquella casa de la cual no podría moverme mientras mantuvieran la vigilancia. Fue así como pasamos una divertida noche de pillamada en casa de nuestros amados hermanos en la fe mientras los agentes permanecían de vigilancia, no puedo contabilizar cuantos eran en total, pero sí afirmar que eran muchos más que los dos agentes que dieron la cara. Algo que nos llamó poderosamente la atención es que el tipo de transporte que utilizaron poseía matricula privada y que incluyó como mínimo dos autos modernos color blanco uno y verde oscuro el otro, más una moto suzuki, la cual no podía faltar.

Nuestra cuota de represión por la visita de Benedicto XVI, a pesar de todo, no fue de las más altas. Justo antes de regresar de La Habana un grupo ínfimo de todos los reprimidos nos reunimos en casa del joven cineasta independiente Ismael de Diego, nieto del grande de las letras cubanas Eliseo Diego, quien también fue víctima, y allí nos enteramos de infinidad de desmanes de todo tipo, aún teniendo en cuenta de que quienes nos reuníamos esa tarde de jueves 29 constituíamos los más afortunados, como lo demostraba el hecho de haber podido llegar hasta allí, aún con nuestros teléfonos incomunicados. La inmensa mayoría de los excluidos y repudiados se encontraban distantes y maniatados en provincias como la nuestra, donde comúnmente la represión suele ser mayor e impune. Como resultado de nuestra reunión coincidimos en un documento de denuncia que firmamos y entregamos en la Nunciatura Apostólica por vía del sacerdote católico José Conrado, presente entre nosotros, con móvil interrumpido también, quien nos dedicó palabras que expresaron su profundo lamento por lo que nos sucedió a todos en el marco de la visita papal.

Si algo puso de manifiesto la visita a Cuba de Benedicto XVI fue la brutal represión que dentro de Cuba, y muy alarmantemente parece que para muchos en el mundo también, es vista ya como fenómeno normal y tolerable, muy propio de un Sistema considerado infuncionable hasta por sus propios actores, pero al cual no obstante es concedido reconocimiento y beneplácito. Esta vez el exagerado operativo, coincidente con el cincuenta y tres aniversario de los órganos represivos de la Seguridad del Estado, ha sido bautizado como Voto de Silencio, e indudablemente constituye el mayor ejercicio de este tipo que haya tenido lugar desde la Primavera Negra de 2003, y muchos lo intuyen solo como el preámbulo de represiones futuras tras las cuales muy bien pudiera ser, a diferencia de esta, que las víctimas nunca vuelvan a reencontrarse. Oremos y trabajemos para evitar que se produzca en Cuba un posible baño de sangre tan propio de regímenes decadentes como este. Una transición pacífica hacia una auténtica democracia, por perfectible que esta sea, constituye cuestión de sobrevivencia para muchos en medio de una peligrosa impunidad creciente.