Mi EJT

citricos1Sin dudas ordenaron panegíricos a la prensa oficial en homenaje al Ejército Juvenil del Trabajo (EJT) por sus cuarenta años de existencia. Entre los dos periódicos nacionales se repartieron la responsabilidad y se turnan con  trabajos como «Al pie de la línea», «EJT: un ejército invicto», «Fuerza formadora de jóvenes» e «Inmerso el EJT en las transformaciones de la economía cubana». Esa misma prensa no ha dicho una palabra sobre el escandaloso tráfico de armas que realizaba el fundador de las Unidades militares de Ayuda a la Producción (UMAP) y su sucesor, el EJT, en contubernio a sus homólogos de Corea del Norte; pero las derrochan en un tema que me concierne porque en uno de esos campos de concentración me robaron ocho meses de mi vida hace veinte años.

Expresó el Coronel Pedro Duardo Méndez, Jefe de la Jefatura Territorial Ferroviaria de Occidente, citado en uno de esos artículos, que en el EJT «Las fuerzas las componen soldados del SMA, generalmente con problemas económicos o familiares» pero a mí me llevaron por el mismo requisito que cumplían los movilizados en las UMAP: por mi condición de creyente evangélico que no me hacía confiable para integrar el verdadero ejército, al cuidado y salvaguarda del régimen. Este mismo oficial expresó que en el EJT los reclutados «tienen un salario en dependencia de su producción en el mes… Trabajan en interés del desarrollo económico de nuestro país y a la vez reciben un estímulo salarial para la solución de su problema económico», pero cuando me marché del EJT tuve que pagarles una deuda de casi 200 CUP para poder recibir la liberación. Dijo también el entrevistado que los soldados «se reclutan en lugares cerca de sus casas, para facilitar el trabajo y la asistencia» pero a mí me trasladaron a 100 millas de mi casa y coincidí por esos campos con jóvenes que habían sido traídos de las regiones más orientales del país y aque si acaso visitaban su casa una vez al año.

El periodista Eduardo Palomares en el Granma del 5 de agosto (donde por cierto no se dedicó ni tan solo una palabra al aniversario diecinueve del maleconazo), dijo: «Calificada durante mucho tiempo como la fuerza más productiva del país,…, avizoran el rumbo acertado hacia la aspiración planteada por el General de Ejército Raúl Castro, de que el EJT sea siempre una institución sumamente eficiente». Y es que innegablemente, al igual que en las UMAP, el objetivo principal del EJT consiste en sacar el máximo provecho de jóvenes obligados a trabajar, especialmente en obras de carácter forzado en los que no resulta fácil involucrar voluntariamente al pueblo, al menos no con los ínfimos salarios que se devengan. Tiene que resultar eficiente ese consorcio proveedor de mano de obra barata a otras empresas, con la garantía adicional del control total de esclavos que sin derecho alguno son sometidos a toda clase de maltratos y vejaciones  para realizar las tareas que nadie más desea hacer. En tal sentido conservo fresca mi experiencia de hace veinte años en los campos citrícolas de Jagüey Grande, produciendo amplia plusvalía para una empresa israelí en tratos con el régimen que nos servía en bandeja de plata junto a nuestras naranjas. Pero conozco de buena tinta los trabajos forzados a los que someten hoy a quienes obligan a trabajar colocando líneas de ferrocarriles, las tareas especializadas las realizan por supuesto las empresas territoriales de la Unión de Ferrocarriles, el trabajo duro y mal pagado lo hacen estos jóvenes, algunos de los cuales, si logran terminar ilesos los dos años «que le deben» al régimen, quedan con sus columnas vertebrales traumatizadas para el resto de sus vidas. Terminan «arrengados» tras haberles «sacado el jugo» a la fuerza y solo a cambio de unos miserables centavos que habrán de invertir en la propia comida y medios para los que les descuentan de sus salarios escrupulosamente.   Ese es nuestro invicto EJT.

Al EJT en su 40 aniversario

Esta semana dedicaré mis post al denominado Ejército Juvenil del Trabajo (EJT), a sus cuarenta años de creado, cumplidos el pasado sábado 3 de agosto, y a los diecinueve años de mi liberación de sus «filas», cumplidos también hace apenas unos días, el 28 de julio.

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Bolka i Lolka

Bolka i LolkaTuve que llegar casi a los cuarenta para volverme a reencontrar con aquellos dos amigos de mi infancia que tanto me hicieron reír. Cotidianos en los muñes, día a día durante mis primeros doce años de vida, a fines de los ´80 desaparecieron de repente de nuestras pequeñas pantallas sin que se nos diera explicación. No podían decirnos la verdad.
No nos dijeron que era porque en Polonia se habían despojado para siempre de la peste del comunismo autoritario y que por eso había que romper hasta con Bolet y Lolet. Que esta gran nación nunca aceptó de veras un sistema impuesto por los soviéticos. Que el 85% de las tierras polacas nunca dejaron de ser privadas porque los campesinos no admitieron el sistema de los koljoses rusos. Que la iglesia, a pesar de todo el esfuerzo del ateísmo feroz, mantuvo inquebrantable su influencia, al punto de que aportó en esos duros tiempos un Papa polaco.

Siempre se callaron que Stalin cometió el pecado de lesa humanidad de aprovecharse de la destrucción que el nazismo, con su anuencia, provocó a este pueblo, y así satisfacer su insaciable sed imperialista. Nos ocultaron el nefasto crimen de Katín. Silenciaron la vergüenza de agosto de 1944 cuando las tropas soviéticas ya estaban del otro lado del río Vístula donde recibieron órdenes de esperar mientras Hitler asesinaba a doscientos mil polacos que se atrevieron a realizar del otro lado el levantamiento de Varsovia; sin dudas los polacos esperaban la intervención de aquellas tropas que no cruzaron pues Stalin prefería la masacre. Siempre nos contaron la historia desde el punto de vista de los manuales de Moscú haciéndonos creer que los soviets fueron los salvadores de los polacos y que por tanto estos les debían honor y pleitesía. Nos engañaron al ocultarnos que realmente en el esfuerzo bélico de los aliados Polonia tuvo el cuarto lugar, antes que Francia, después de Inglaterra, Estados Unidos y Rusia, pero que no pudo participar en el desfile de los vencedores, porque la convirtieron en satélite de la URSS.

No nos dijeron que tanto en 1956 como en 1970 el ejército abrió fuego contra los obreros sublevados. Nunca nos explicaron la contradicción histórica de por qué eran precisamente los trabajadores quienes más deseaban librarse del gobierno «proletario». No dijeron la verdad acerca de las protestas del ´68 en las universidades, como tampoco ahora la dicen sobre las que ocurren en los recintos Caracas. Tampoco admitieron en ese mismo año la campaña antijudía propulsada por sus amigos del Partido Obrero Unificado Polaco. Del Movimiento Solidaridad y de Lech Walesa nos decían lo mismo que ahora dicen al pueblo acerca de los opositores políticos y activistas de la sociedad civil cubana, que eran mercenarios e impostores. Mintieron acerca del innegable auge de Solidaridad y en la prensa oficial se llegó a afirmar que ese movimiento de alborotadores estaba totalmente sofocado. Cuando tan burdamente fue asesinado el sacerdote Jercy Popieluzco por órdenes de la seguridad del Estado polaca en el ´84, no dijeron una palabra y a duras penas tuvimos que enterarnos por emisoras internacionales de la onda corta.

Por estas y otras realidades que confirmé en mi viaje a Polonia sentí tanta emoción cuando se produjo el reencuentro ante la vidriera de una librería en el centro de Varsovia. Tal vez los transeúntes que pasaron junto a mí tomaran por loco a este treintañero que se detuvo unos instantes, absorto como ante una visión, frente a un poster de Bolet y Lolet. Nadie habría entendido que tenía lugar un reencuentro que sanaba traumas de mi infancia al entender después de tantos años las verdaderas razones del por qué deportaron aquellos inocentes dibujos animados. Quizás solo Umberto Eco y su semiótica, en sus teorías sobre el significado y el significante de los símbolos y signos, posean la respuesta de lo que me ocurrió. Yo solo sé que me reencontré con Bolet y Lolet, y también por qué no, conmigo mismo.

NO QUIERO SER EL PASTOR DE EL HOMBRE QUE AMABA LOS PERROS

Lo que terminó de complicar mi credulidad fue sin embargo, el reclamo de una necesaria humildad cristiana proclamada desde el púlpito por unos jerarcas teatrales, de cuya sinceridad empecé a dudar cuando supe de la existencia de autos, viajes al extranjero y privilegios, adquiridos a cambio del olvido del pasado, complicidad y silencio.

Recién acabo de leer la novela El hombre que amaba los perros del talentoso escritor cubano Leonardo Padura Fuentes y he quedado impresionado por el derroche de talento del novelista, lo cual, no obstante, ya tenía confirmado desde mi lectura de sus novelas anteriores.

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