Un feliz Día de los Enamorados

Puede que alguien crea que pasar el día trabajando en una factoría, o en cualquier otro sitio, no es una buena manera de pasar el Día de los Enamorados. Si así fuese este no habría sido un día feliz para millones de enamorados en el mundo…

Quiero desmentir esto para afirmar que en primer lugar tener trabajo es ya en sí una bendición que muchos enamorados en el mundo quisieran tener, y no tienen. Ya eso aporta un 25% de felicidad. Si a ello agregamos que los enamorados trabajan juntos, en el mismo sitio, entonces podemos adicionar otro 25%, que ya suma 50%. Si los enamorados poseen salud y deseos de trabajar; y el trabajo aporta otra ocasión y circunstancia en sus vidas para amarse puede sumarse otro 25% para alcanzar 75% de felicidad.

Pero si a ello se agrega que este trabajo forma parte de la exitosa compañía Unifirst que sirve en 275,000 localidades de clientes en Estados Unidos y Canadá equipando más de 1.5 millones de trabajadores en uniformes cada día satisfaciendo a sus clientes desde 1936, entonces puede afirmarse que Yoaxis Marcheco y Mario Lleonart tuvimos un Día del Amor 100% feliz. ¡Y de hecho así fue!

No le tengo miedo al capitalismo

Solo me ha faltado trabajar en el Trump Hotel, pero aunque lo intenté yendo a entrevista de trabajo, fui rechazado. Desde hace unos meses me interné con mi familia en lo profundo del capitalismo para conocer cómo se vive de veras en este sistema que tan malo nos pintaron en Cuba desde chiquitos; porque aquello en Cuba ya lo sufrimos en carne propia demasiado y sabemos lo que da, y lo que no da.

Entre sermón y sermón de domingo he trabajado entre semana sin complejo ninguno con el delantal puesto en restaurantes; y he experimentado lo que significa llegar hasta el agotamiento extremo después de un largo día de trabajo en una factoría. Con mucho gusto he vivido la bendita experiencia de vida de las personas que ministro cada domingo. He probado la práctica paulina de también construir tiendas y puedo certificar que Martí estuvo muy acertado cuando dijo que el trabajo ennoblece.

Es uno de los ejercicios que mejor estoy disfrutando en mi vida sin denostar de mis años de activismo social en Cuba en defensa de los Derechos Humanos, ni de tres años intensos de diplomacia ciudadana intentando hablar a nombre del cubano de a pie lo mismo en Washington, en Bruselas que en la ONU. Por otro lado resulta un acto de obediencia insoslayable para con Dios que bien claro dice que si alguno no provee para los suyos ha negado la fe y es peor que un incrédulo. Sin hablar de nuestro deber de no desamparar al Instituto Patmos, nuestro hijo de cuatro años, en el que siguen interactuando en Cuba valientes coordinadores y colaboradores, y para el cual, hoy por hoy y en medio de su cuarto aniversario de existencia, somos los únicos contribuyentes.

En medio de todo esto pienso en tanta gente buena en Cuba que ahora mismo lo único que quisiera sería trabajar en paz por un salario decoroso, y a veces puede ser que mis coworkers no se percaten, pero entre mis gotas de sudor rueda alguna lágrima mientras ruego a Dios por ellos. Claro que no le tengo miedo al capitalismo, le estoy echando ganas. Siento miedo por mi pueblo, eso sí, demasiadas décadas ya fingiendo como si trabajara para un Estado que finge pagarles, y que día a día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, les va robando la vida y esperanzas.