Benedicto no miró detrás de las bambalinas

Por: Yoaxis Marcheco Suárez

En Cuba existe la costumbre de arreglar o acomodar las cosas de manera tal que se puedan mostrar las apariencias, mientras que la realidad y la verdad, quedan detrás de la cortina. Así suele suceder en las empresas, las oficinas, los organismos, los ministerios. Mentir es tan natural e inventar cifras y adulterar las estadísticas tan común, que ya podríamos decir que los cubanos vivimos hace mucho del cuento y de la mala idea. El invento ha saturado todos los espacios y todos los niveles, claro que no podemos dejar fuera de este asunto, al mayor cuentista, al más falaz, el Estado.


Así, puso en práctica su gran maquinaria de la invención, durante la visita del Papa Benedicto XVI. Especializado como está en inventar imágenes y aparentar lo que no es, creó toda una marcha del pueblo combatiente, donde las masas hipnotizadas en el más estricto orden y la más militarizada disciplina esperaron, escucharon, vitorearon y despidieron al Papa. Un número considerable de los asistentes a las misas ofrecidas por el Pontífice tanto en Santiago de Cuba, como en La Habana, asistieron no porque les interesara el Papa y mucho menos la prédica de la iglesia católica, sino porque su Revolución les llamaba a desfilar por las calles y plazas y a hacer número, para que el mundo viera al aguerrido y respetuoso pueblo considerar al máximo líder de los católicos. Al parecer a Benedicto le encandiló la multitud oyente de sus homilías y no se fijó, o al menos si lo hizo lo disimuló muy bien, en lo que ocurría detrás de las bambalinas.
Entre la multitud y alrededor de ella se erigió un fuerte cordón policial que pertenecía a los órganos de la Seguridad del Estado, la misión era no permitir que los opositores o disidentes llegaran a las plazas. A pesar de las medidas y la precaución, algunos pudieron expresarse, aun cuando terminaran agredidos y golpeados por la, que debería ser neutral, Cruz Roja Cubana. Aunque la agresión fue a solo unos metros del Papa, este asumió una fría actitud de político y no mostró, ni en ese momento, ni después, darle importancia al suceso. Tampoco le dio importancia a los cientos de detenidos, unos en cárceles y otros en sus residencias, entre estos últimos mi esposo y yo, custodiados toda la anoche anterior a la misa en la Plaza de la Revolución habanera y durante el tiempo que esta duró en la mañana, en la casa de unos consiervos en la fe, quienes nos dieron asilo y mostraron su solidaridad y amistad, testigos además de la arbitrariedad de las fuerzas represivas del gobierno cubano.
Benedicto XVI no ha querido dar su criterio sobre lo que ocurrió con los disidentes cubanos durante su visita, se negó a escucharlos y a brindarles su amparo espiritual. El Cardenal Jaime Ortega, además, se ha mostrado hostil hacia los opositores y demasiado servil y empalagoso con respecto a las autoridades. Pareciera que la iglesia católica cubana y las instancias más altas en el Vaticano han dado el visto bueno a la dictadura en Cuba. No sería la primera vez que los católicos pactaran con los poderosos y con los desgobiernos.
Por mi parte, yo que sí vi lo que ocurrió tras las bambalinas, porque estaba detrás de ellas, digo y diré lo que ocurrió en Cuba durante la visita del Papa Benedicto XVI, particularmente mi propia experiencia, que aun sin ser católica y no tener interés alguno en presenciar a este personaje de cerca, fui detenida domiciliariamente, custodiada durante horas como si fuera una criminal e incomunicada porque como a muchos otros, el teléfono celular de mi esposo fue intervenido y silenciado tiempo antes de la misa y varios días después de esta. Benedicto no vio, o finge que no lo hizo, se encantó demasiado con el falso teatro, mientras que detrás de las bambalinas la realidad era muy diferente a las apariencias.